Columna publicada el jueves 15 de diciembre de 2022 por El Líbero.

Después de varios meses alejado de los medios, José Antonio Kast volvió a la palestra con entrevistas bastante comentadas, incluyendo apariciones en La Tercera, Estado Nacional y Tele13 Radio. Junto con sus mensajes habituales, en el discurso de JAK retoma una veta antipolítica cada vez más marcada. ¿A qué me refiero con antipolítica? Al uso extensivo de la retórica de “los políticos y sus prioridades” contra “las urgencias sociales”, a lo que suma la crítica a la cocina en que operarían.

El expresidenciable, sin embargo, no es el único que ha empleado el recurso. El diputado republicano Cristián Araya, por ejemplo, criticaba hace unos días a “la casta” y su negociación constitucional, repitiendo los argumentos que utilizara el español Pablo Iglesias años atrás. O, para no ir tan lejos, las mismas palabras que usa cada tanto Francisco Muñoz, antes conocido como Pancho Malo.

Es curioso que políticos profesionales usen ese discurso, sobre todo cuando son los mismos que solían reivindicar el rol del Congreso Nacional, de las instituciones de y la representación política frente a las lógicas asambleístas o plebiscitarias de la izquierda latinoamericana. Pero frente a la crisis del sistema político, no faltan las alternativas disruptivas, como la de JAK o del defenestrado Partido de la Gente. Y aunque se haya vuelto célebre a partir de casos como los de Trump, Bolsonaro u Orbán, el discurso antipolítico no es nuevo ni reciente. Por cierto, Kast no es ninguno de ellos (de hecho, fue un diputado ordenado e institucional en su minuto), pero hoy sí comparte ese tipo de prácticas, simpatías y banderas. Nutridos por una justificada desconfianza ciudadana, han sabido crear plataformas ad hoc y “sin complejos”, reivindicando el carácter, los pantalones, la valentía. No trepidan en tildar a sus compañeros de sector de acomplejados, light o cobardes, quitando espacio al disenso y moralizando en extremo la diferencia política. Algo parecido sucede con sus dardos contra sus adversarios políticos, que a su juicio terminan por encarnar la suma de todos los males.

El discurso antipolítica rinde frutos ante las frustraciones que ha experimentado la ciudadanía a lo largo de los años, junto con otras nuevas que solo agudizan la sensación de la impotencia del sistema por corregirlas. Pero al mismo tiempo, es una agenda que termina corroyendo a las instituciones, volviéndolas todavía más precarias y frágiles. Además, la crítica moral del adversario y su descalificación a priori vuelve casi imposible cualquier forma de pacto, pues se transforma en claudicación y derrota. ¿Cómo justificar la representación política si, al mismo tiempo, se denuncia su naturaleza corrupta? ¿Cómo pensar en acuerdos amplios que permitan dar estabilidad a los sucesivos gobiernos? ¿Es posible conservar algún grado de amistad cívica con quienes son denunciados como corruptos enemigos? Y, respecto del acuerdo constitucional, ¿es posible abordar todos los problemas que se denuncian con un sistema político girando en banda e irritado? ¿No hay un nudo latente ahí, por más cómodo que sea patearlo al infinito hoy?

Todo esto tiene consecuencias, pues puede llevar a la rendición de la política; a que renuncie      a su función directiva y empiece a moverse según la constante volatilidad de lo inmediato para, finalmente, desaparecer. La paradoja es que puede terminarse en el mismo populismo que tantas veces han denunciado JAK y sus huestes. Una especie de republicanismo sin República.