Columna publicada el sábado 24 de diciembre de 2022 por La Tercera.

“La Constitución que se termine de redactar y se plebiscite será un momento determinante para el gobierno”. Es obvio que Giorgio Jackson, entonces flamante ministro nombrado de la Segpres, jamás imaginó cuán acertado resultaría su pronóstico, sólo que en un sentido muy distinto al soñado. Era febrero y su mundo creía vivir un momento estelar. Un triunfante Gabriel Boric estaba ad portas de calzarse la banda presidencial y la Convención avanzaba rápidamente —demasiado rápido, diría después el mandatario— en su propósito de refundar el país.

Pero el pueblo —el mismo que antes se adulaba y luego se descalificaría como una masa presa de las “fake news”— quiso otra cosa. Justo cuando la nueva izquierda creyó que tocaría el cielo se estrelló contra el Chile profundo y sufrió la peor derrota democrática de su historia. El Rechazo se impuso en todas las regiones, en 338 comunas, en el campo y la ciudad, en todos los estratos sociales. Por la magnitud de la victoria y por las dinámicas previas y posteriores al 4 de septiembre, el escenario cambió significativamente, al punto que bien podríamos estar en el amanecer de un nuevo ciclo político.

Por un lado, la divisoria de aguas de la transición ya dejó de ser decisiva. Fue tan profunda y justificada la crítica que recibieron la fallida Convención y su texto —el peligro era una “dictadura legal”, sugirió el expresidente Frei Ruiz-Tagle—, que muchos e importantes referentes de centroizquierda hicieron campaña contra la opción del presidente Boric. Naturalmente, este fenómeno se vio favorecido por la incipiente renovación de discursos y estrategias por parte de Chile Vamos. Si antes del plebiscito se facilitó la transversalidad del Rechazo invitando a una “nueva y buena constitución”, en días recientes las directivas de la centroderecha consolidaron su promesa y jugaron un papel crucial en el Acuerdo por Chile. Todavía no conocemos a cabalidad los alcances de este cuadro, pero tal vez asomen nuevas alianzas o al menos nuevos pactos electorales. Guste o no, Amarillos, Demócratas y otros grupos están más cerca de la UDI, RN y Evopoli que del Frente Amplio.

Por otro lado, el oficialismo se ha visto obligado a repensar sus énfasis y prioridades. En principio se llega al poder a ejecutar un proyecto político prediseñado, pero en el caso de Apruebo Dignidad ese proyecto era básicamente la reestructuración del país. Y las grandes mayorías no sólo rechazaron esa quimera, sino que además esperan de La Moneda una ayuda pronta y eficaz para enfrentar sus necesidades más apremiantes, como el orden público y la situación económica. Sin embargo, las mismas elites de la nueva izquierda que ponían excesivas fichas en el Estado han mostrado severas dificultades —desde Temucuicui hasta las relaciones internacionales— para cumplir con sus tareas más básicas. A diferencia de lo que parecían creer quienes encarnaron la oposición más destructiva del Chile posdictadura, no bastaba sólo con criticar los “30 años” o reemplazar a quienes dirigen los destinos de la nación.

Así, pese a que este tipo de balances siempre son provisorios o parciales, es claro que el 2022 nos enseñó que nuestro país no era pura opresión ni despojo; que la frustrada sociedad chilena no anhela rehacerlo todo, sino una postergada combinación de cambio y estabilidad; y que —vaya paradoja— el Frente Amplio aún no sabe cómo conducir el aparato estatal.