Columna publicada el lunes 5 de diciembre de 2022 por La Segunda.

En la inauguración del monumento en homenaje de Patricio Aylwin, el presidente Boric tuvo elogios inesperados para el emblemático dirigente de la transición. No sólo reivindicó la “medida de lo posible” tan propia del exfalangista, sino que además destacó su “tremenda trayectoria”, su permanente búsqueda del “bien superior de Chile”, su “conciencia histórica” y su decisiva participación en los “acuerdos que hicieron al Chile de hoy”. Son palabras que bien podría haber pronunciado un camarada de Aylwin —o el expresidente Piñera—.

Pero quien habló fue Boric. En principio no hay motivos para dudar sobre la sinceridad de sus elogios. Cambiar de opinión es legítimo y muchas veces valioso, como en este caso. El problema, sin embargo, es político: este cambio de opinión no es trivial ni secundario, pues toca un eje fundamental del discurso y la articulación de quienes hoy detentan el poder. En rigor, Gabriel Boric y su círculo llevan 10 años actuando a partir de un juicio lapidario acerca del Chile posdictadura, sus lógicas y sus referentes.  

Así ocurrió desde su aparición en la vida pública nacional, de la mano del movimiento estudiantil, hasta las dinámicas que predominaron en la fallida Convención. Los villanos no pertenecían sólo a la derecha, sino también al mundo que lideró la “opresión y despojo” de los denostados “30 años”. Sobra decir que Patricio Aylwin —el padre de la nueva democracia chilena— encarnó como pocos todo aquello que se objetaba. Ahora puede ser cómodo hacer como que nada de esto sucedió, pero lo cierto es que desde 2011 el Frente Amplio ha cuestionado sin piedad a Aylwin y la transición (si alguien lo duda, puede releer la columna del entonces diputado Boric “¿Quién define lo posible?”, publicada en The Clinic dos días después del fallecimiento del expresidente).

Luego, para que el giro retórico del presidente Boric sea creíble y políticamente fructífero, no bastan las palabras de buena crianza ni tampoco las autocríticas tangenciales o al pasar. Si el mandatario y su entorno de verdad quieren movilizar a la nueva izquierda hacia el horizonte que traza este renovado discurso (¿quieren?), necesariamente deberán ofrecer una reflexión mucho más precisa indicando cómo justifican este tránsito y qué aspectos específicos de su mensaje político abandonarán en forma definitiva. Porque apenas ayer hacían campaña por el proyecto refundacional del frustrado órgano constituyente: algo no calza.

Sin enfrentar las tensiones que subyacen a esas y otras interrogantes —sin resolver las fisuras inherentes a este nuevo cambio de opinión—, el homenaje presidencial de la semana pasada puede terminar, a la larga, horadando aún más la credibilidad de la máxima autoridad del país.