Columna publicada el lunes 14 de noviembre de 2022 por La Segunda.

En su portada del viernes, este diario destacaba “la tentación de postergar las elecciones” que afecta a las izquierdas. El titular, convergente con diversas notas de prensa, apunta a los eventuales representantes electos que deberían redactar la nueva propuesta constitucional. El problema, entonces, no sería la vilipendiada “cocina”, sino algo más pedestre. En concreto, se trataría del “temor oficialista por una nueva derrota”, considerando una posible una caída de hasta 15% en el apoyo a sus partidos. Por eso se buscaría “dilatar los comicios, para que La Moneda tenga margen de repunte”.

El hecho es relevante por varios motivos. De partida, ayuda a comprender por qué las conversaciones se han entrampado, pese al consenso en torno a los bordes o bases constitucionales y al comité técnico que velará por su respeto. Lo que corresponde ahora, para cerrar las negociaciones, es zanjar el órgano redactor. Y el problema no reside en la derecha: Chile Vamos acaba de proponer 50 integrantes electos, tal como el Senado (lo cual, dicho sea de paso, tiene lógica: es un modo consistente de generar un cuerpo democrático, sin experimentos electorales y muy distinto a la fracasada Convención).

En cambio, el Frente Amplio comenzó planteando un órgano inviable que, en términos simples, replicaba la composición de “la constituyente ciudadana” —así la llamaba Jaime Bassa en sus aparentes días de gloria—. Así, al inicio de las tratativas, este mundo tendió a cerrar los ojos ante la farra de la Convención. Pero ahora, al ir comprendiendo (a regañadientes) la profundidad de lo ocurrido el 4 de septiembre, la calculadora electoral provoca cierto pavor en las izquierdas. Y es plausible: cuesta imaginar unos comicios benevolentes con el gobierno y sus huestes en cuatro o cinco meses más.

No es menor el desafío político y cultural que este cuadro supone para las fuerzas oficialistas. Primero, porque su zigzagueo confirma la enorme dificultad del FA y el PC para entender la constitución como un pacto político transversal. Lo suyo era refundar: fuera de esa utopía, su desorientación parece insuperable en el corto plazo. Y segundo, porque la nueva izquierda está incurriendo —sin notarlo— en la misma clase de incoherencias discursivas de los concertacionistas que tanto denostaron. Como explica Daniel Mansuy en “Nos fuimos quedando en silencio”, uno de los defectos de la centroizquierda posdictadura fue justamente la “marcada distancia entre el discurso y la acción, entre la palabra y lo realizado”. Aquello que, en los términos de Edgardo Boeninger, ese conglomerado “no estaba en condiciones de reconocer”. 

Ya lo decía Marx: si los hechos históricos se repiten, la primera vez lo hacen como tragedia y la segunda como farsa.