Columna publicada el lunes 21 de noviembre de 2022 por La Segunda.

A casi tres meses del colosal triunfo del Rechazo, la desorientación todavía cunde en las izquierdas. El problema no se reduce a la pugna entre el socialismo democrático y aquellos que culpan de la derrota básicamente a las fake news —comenzando por la ministra Vallejo—. El asunto es más profundo, y el mejor ejemplo es la entrevista de Fernando Atria que publicó ayer La Tercera. 

En términos simples, el problema es que luego del plebiscito las alternativas de la nueva izquierda se reducen a dos: o repensar todo el ideario, o cerrar los ojos a la realidad y apostar por la negación de lo ocurrido. Si Atria prefiere esta última opción, al punto de insistir en su diagnóstico y refutar que el 62% “haya sido un rechazo al contenido de la propuesta” (¿habrá sido un rechazo a la portada?, se preguntaba con sutil ironía en redes sociales), no es por azar. Es porque el exconvencional probablemente percibe que acá están en juego los postulados que Gabriel Boric, Giorgio Jackson y su mundo levantaron durante la última década. 

Así, cuando Atria dice que hoy “se está buscando un acuerdo que no sea muy de verdad”, “un proceso constituyente que no va a ser un proceso constituyente “, sólo sincera una convicción que apenas ayer era ampliamente compartida en el Frente Amplio. Para sus principales referentes, el cambio a la Carta Magna no era sinónimo de acuerdos transversales ni nada semejante. Influidos por la visión constitucional de Carl Schmitt —la constitución como decisión—, ellos soñaban literalmente con la refundación de Chile, desde los carabineros hasta el régimen de gobierno (de ahí que Atria, Bassa y Schönhaut impulsaran el parlamentarismo con celo casi religioso, sin importar su inviabilidad). 

Por ese motivo, la exclusión del centro y la centroderecha no fue casual; por eso mismo subrayaron, con Atria a la cabeza, que los episodios del 18-O fueron “hechos necesarios”; y por eso también insistieron en la consigna de la “amnistía para los presos de la revuelta”. Porque no querían el “tira y afloja al que nos acostumbramos durante 30 años” —democracia, diálogo, acuerdos, alternancia—, sino algo lo más parecido posible a su propio 1980. No se trataba de construir y mejorar a partir del legado de Aylwin y Lagos. Se anhelaba una ruptura radical con ese “camino que por 30 años mostró ser insuficiente”.

Por todo lo anterior, diga lo que diga Atria hoy, sí hay “responsabilidades individuales” y políticas involucradas. Desde luego no es verdad que él estuviera “todo el tiempo contribuyendo a que tuviera éxito” el proceso (ahí están sus discursos y votaciones). Y por supuesto, nadie trama “una estrategia” para sacarlo de la discusión. Fue él mismo quien —en sus palabras— se colocó en este “callejón sin salida”.