Columna publicada el domingo 27 de noviembre de 2022 por La Tercera.

El único personaje político de la nueva generación llegada a La Moneda que ha mostrado algún oficio, además del Presidente Boric, es la ministra Camila Vallejo. Como ha destacado Rafael Gumucio, ella ha crecido en el cargo, alcanzando grados de templanza y autocontrol que la alejan del pantano de gustitos personales, pasiones adolescentes y fatuidad altanera en que han naufragado tantos otros. Para quienes lo presenciamos, será difícil olvidar su eficaz tutela sobre la Ministra Siches, una vez que ésta ya había perdido conducción. Vallejo gusta y convence.

Sin embargo, la templanza y la prudencia no son lo mismo. Platón, en “La República” las incluye por separado en sus cuatro virtudes cardinales, junto a la fortaleza y la justicia. Para actuar rectamente y escapar la desmesura no sólo es necesario tener temperancia o control de uno mismo, sino también saber distinguir lo bueno de lo malo en el plano de la acción. Todos hemos conocido gente tan convincente y disciplinada como errada en sus juicios prácticos. Y tal parece ser, lamentablemente, el caso de Vallejo.

La agenda contra las “noticias falsas” es el caballito de batalla de la ministra, quien ha declarado que estas mentiras mediáticas serían un gran enemigo actual de la democracia. Sin embargo, su comprensión del fenómeno parece ser, paradójicamente, bastante poco democrática. Me explico: las investigaciones sobre la circulación de comunicaciones falsas en el mundo virtual han mostrado que la mayoría de los adultos, incluyendo aquellos con bajo nivel educacional, son bastante buenos identificando noticias falsas o malintencionadas. ¿Por qué circulan tanto entonces? Porque la mayoría de los seres humanos piensa que los demás son menos inteligentes que ellos. Luego, estas noticias se comparten, principalmente, con la intención de engañar a otros, aunque rara vez logren ese objetivo. Los adultos, los mismos que votamos en las elecciones, no parecemos necesitar realmente de una tutela estatal en este ámbito, como parece creer Vallejo.

Más preocupante, de hecho, es el desprecio sistemático por la inteligencia ajena. Y el conglomerado político de Vallejo tiene muchas explicaciones pendientes en este ámbito: la virulencia de sus ataques contra los medios de comunicación establecidos y las encuestas que no los favorecían durante el odioso proceso constitucional dejó a la vista una opinión más que despectiva sobre el ciudadano promedio y sobre el periodismo profesional. Contra toda evidencia, un sector importante de nuestra élite política de izquierda se muestra convencido de que los periodistas que trabajan en medios establecidos y con jerarquías editoriales son nada más que espadachines al servicio del dueño del medio. Asimismo, se niegan a creer que el Apruebo perdió en el plebiscito por algo distinto a un engaño masivo: la reproducción desquiciada, poco después del plebiscito, de un defectuoso y confuso reportaje de CIPER que halagaba sus prejuicios, pero no de las explicaciones que el medio tuvo que entregar después, ni tampoco de los artículos de investigación que corregían el error, desnudó su desmesura.

Si a esto sumamos que la ministra Vallejo proviene de un partido, el comunista, que avala regímenes autoritarios sin libertad de prensa, y cuyo candidato presidencial hizo campaña con una ley de medios a la altura de dichos regímenes, todo indicaría que nuestra izquierda gobernante necesita mucho más una terapia democrática, antes que nuestros medios una terapia política.