Columna publicada el sábado 12 de noviembre de 2022 por El Mercurio.

El monumental triunfo del Rechazo no hizo desaparecer una crítica que, pública o soterradamente, se formula en los ambientes de derecha: Sebastián Piñera —se dice— entregó la Constitución. A tres años del Acuerdo del 15-N, y en medio del crispado diálogo constitucional actual, es pertinente examinar esta objeción. ¿Es justa la crítica al expresidente? La respuesta exige un breve rodeo.

A primera vista, Piñera tenía escaso margen de maniobra en los días previos al Acuerdo. Basta recordar su angustioso llamado al diálogo en cadena nacional la noche del 12 de noviembre —el día más violento desde la destrucción del 18 de octubre—. Pocas horas antes, todos los partidos de oposición, desde el PC hasta la Democracia Cristiana, firmaron una declaración que revela hasta qué punto la centroizquierda abdicó en ese minuto. Según los términos de esa declaración, la movilización social había “corrido el cerco de lo posible”; “la única posibilidad de abrir un camino para salir de la crisis” pasaba por esta agenda; la protesta había “establecido, por la vía de los hechos, un ‘proceso constituyente’” y, en suma, “el camino para construir el futuro es plebiscito, asamblea constituyente y nueva Constitución”. El diálogo estaba condicionado por aquellos que, ante el caos de esos días, simplemente impusieron su diagnóstico.

No obstante, sería apresurado creer que Sebastián Piñera fue un mero rehén de las circunstancias. Es verdad que la fortuna pareció ensañarse con el expresidente, pero también es claro que fue incapaz de conducir al país cuando más se necesitaba. Entre el 18 de octubre y el 12 de noviembre pasaron más de tres semanas en que La Moneda reaccionó sistemáticamente tarde y mal. La errática estrategia presidencial que rodeó al Acuerdo del 15-N solo confirma ese déficit.

En efecto, tras la decisión de retirarse y ceder el protagonismo a los parlamentarios existía una intuición correcta por parte de Piñera. A esas alturas, cualquier atisbo de salida institucional excedía al mandatario. Sin embargo, es muy sintomático que, en medio de la peor crisis del Chile posdictadura, el principal aporte del Presidente de la República haya consistido en dar un paso al costado. En rigor, durante esos días se vivió el mayor vacío de poder de los últimos 30 años. ¿No ratifica todo esto la grave responsabilidad de Sebastián Piñera?

Con todo, también sería apresurado asumir que la carta constitucional fue solo un invento de cierta izquierda antidemocrática. Si para enfrentar la crisis el sistema político terminó optando por la ruta constituyente y no por otras alternativas fue, en parte, porque la cuestión constitucional llevaba varios años abierta. Y en ello tenían responsabilidad cierta izquierda radical —que ya impedía cualquier clase de consensos durante el proceso constituyente de Michelle Bachelet— y la mayoría de la centroderecha, indiferente ante este desafío.

En particular, la lógica dominante en Chile Vamos siempre fue reaccionar, asumiendo que la disputa constitucional podría desaparecer de la escena como por arte de magia. Así, olvidó que el mejor antídoto contra los ímpetus revolucionarios nunca ha sido el inmovilismo, sino —como enseña Burke— un decidido reformismo político e institucional. Este enfoque no se adoptó ni al enfrentar el proceso de la expresidenta Bachelet, ni al volver a La Moneda, ni tampoco al proponer un “acuerdo nacional para mejorar y fortalecer la calidad de la política y las instituciones republicanas”, en la cuenta pública de 2019.

A decir verdad, ni siquiera en los primeros días de la crisis de octubre se cambió el libreto. Siempre hubo algunas excepciones, pero fue únicamente con la polémica que rodeó el Acuerdo de noviembre que los principales liderazgos de la centroderecha —incluyendo todos los precandidatos de Chile Vamos en 2021— se comprometieron con el cambio a la Constitución. La reciente campaña “recházala por una mejor” fue la consecuencia natural de este cambio de énfasis y discurso. Sin esto, difícilmente el Rechazo habría adquirido la transversalidad que alcanzó.

En suma, es un error atribuir solo al expresidente Piñera la responsabilidad de lo ocurrido en materia constitucional. Ni la izquierda ni la derecha pueden ignorar sus culpas al respecto. Hoy, cuando se debate sobre cómo cumplir con la promesa de dotar a Chile de una nueva y buena Constitución, todos deberían recordarlo.