Columna publicada el domingo 27 de noviembre de 2022 por La Tercera. 

Se ha advertido en varias ocasiones de una perjudicial tendencia a la borrachera electoral que domina a nuestra clase política. En lugar de avanzar cautelosos frente a una victoria inesperada, los ganadores se envalentonan y asumen como mérito propio todo el resultado. Y lo vemos hace tiempo: en la presidencial que llevó a Sebastián Piñera a La Moneda en 2018, en la elección de convencionales, en el último triunfo de Gabriel Boric. Ninguno ha escapado ni a la impresión por el resultado ni a la embriaguez luego de su constatación. 

Esta semana fue Eduardo Engel quien trajo de vuelta la advertencia, acusando a la derecha de estar sumida en esa borrachera luego del arrollador triunfo del Rechazo en el plebiscito de salida. Presentándola como la “maldición del ganador”, describe a una oposición que, obnubilada por el resultado, estaría siendo “intransigente” al negarle la sal y el agua a una “propuesta moderada” del gobierno. Engel llama en su texto a abandonar tan mala actitud, para tener así una “discusión matizada” sobre una materia esencial y largamente aplazada. 

Fuera de las buenas intenciones y de la constatación correcta de esta extendida maldición, la expectativa del economista descansa en una lectura incompleta del escenario en que estamos. En primer lugar, parece atribuir tal actitud a una cuestión de voluntad, cuando en realidad toda la clase política está sometida hace tiempo a esa lógica. Basta recordar la disposición que predominó en la Convención, o el comportamiento de la oposición durante el gobierno de Sebastián Piñera. Su activa participación en la agenda de retiros previsionales se sostenía no en una borrachera electoral, pero sí en el aprovechamiento de circunstancias particularmente difíciles para gobernar después del estallido y en plena pandemia. Tentada con ese escenario, parte de la izquierda desbancó el sistema de pensiones y horadó las bases de justificación de un modelo solidario. Y ahora piden grandeza. ¿Será quizás que no basta la pura disposición para quebrar esa dinámica? Tan instalada está, que no solo la derecha le pone dificultades al gobierno, sino también una diputada de su propia coalición que, presionada, amenaza poner en tabla la discusión de un sexto retiro en el Congreso. Pero a eso Engel no hace referencia. 

Olvida también el economista que la posición de la derecha no se debe a un simple endurecimiento frente al Ejecutivo por el resultado de septiembre. Su postura se explica también por las presiones de bases exigentes y enojadas después del plebiscito, reacias no solo a la continuidad del proceso constituyente, sino a una propuesta de reforma previsional que parece desmontar el sistema de capitalización individual al que adhieren. La derecha “intransigente” aparece, en alguna medida, porque si se ve demasiado matizada, esas bases se inclinarán cada vez más hacia los actores que prometen escucharlas. 

Frenar el ascenso populista, como pide Engel, no depende entonces de un simple cambio de actitud. El camino es harto más complejo y compete a toda la clase política. ¿Será que las borracheras electorales se han vuelto un problema estructural del que no se sabe como salir, porque a ello se ha reducido la práctica política? ¿Cómo pedir colaboración si quienes la exigen no la dieron? ¿Cómo apoyar una propuesta que no cuenta con un favor ciudadano que se ha vuelto tan esquivo? ¿Será que la convocatoria de Engel debe abarcar también a un oficialismo que actúa como si nada hubiera pasado? Tal vez la única alternativa para lograr una discusión matizada resida en un gesto de renuncia colectivo, donde todos se muestren dispuestos a ceder en favor de una ciudadanía que, al fin, encuentre motivos para confiar.