Columna publicada el sábado 22 de octubre de 2022 por La Tercera.

Todo indica que el octubrismo perece. Mientras la validación de la violencia cae de manera acelerada, el respaldo al uso legítimo de la fuerza estatal va al alza. Las últimas semanas nos han dejado algunos episodios muy reveladores al respecto. Si ya fue curioso escuchar al presidente Boric prometiendo ser un “perro” contra la delincuencia, oír a Julio César Rodríguez clamando por los militares raya en lo irrisorio. Nada de esto es trivial: un par de años atrás la izquierda y ciertos rostros televisivos creían protagonizar —parafraseando al mandatario— una “revolución anticapitalista”. Hoy, en cambio, pocos discuten que el anhelo de reformas es correlativo al deseo de estabilidad y certezas en las distintas dimensiones de la vida. 

Es obvio que acá hay un antes y un después del pasado 4 de septiembre: el principal signo de la agonía del octubrismo fue el monumental triunfo del Rechazo. En una movilización electoral inédita y con especial fuerza en los sectores populares —incluyendo las comunas con mayor presencia mapuche—, los chilenos acudieron masivamente a las urnas para reprobar un proyecto constitucional marcado por el ímpetu refundacional y el desprecio no sólo a los “30 años”, sino también a la trayectoria del Chile republicano. En efecto, desde su pronunciamiento inicial sobre los supuestos “presos de la revuelta” hasta la última deliberación (si cabe llamarla así) marcada por la consigna del “pueblo unido avanza sin partidos”, la Convención y su texto encarnaron con fruición la proyección constitucional del octubrismo. Y, como sabemos, su derrota fue inapelable. 

Es justo ahí, sin embargo, en torno al mismo hito que ilustra cuán absurdo fue soñar con la Toma de la Bastilla criolla, donde reside el mayor riesgo del momento actual. El problema puede resumirse así. La victoria del Rechazo fue un alivio para la mayoría de los chilenos, pero ese alivio no modificó la creciente decepción con el sistema político. En rigor, la Convención sólo agravó las dificultades, en la medida en que nuestra sociedad vio nuevamente frustrado el anhelo de acuerdos transversales que ayuden a paliar la angustia e incertidumbre con la que tantos compatriotas viven a diario. Si la política institucional no gana credibilidad pronto se verá desbordada por alternativas más o menos antisistema. 

En concreto: la utopía antidemocrática del “pueblo unido avanza sin partidos” puede haber cambiado de color u orientación política, pero sigue latente. Más aún en un contexto caracterizado por la inflación, el desorden público, un gobierno extraviado e ineficaz y la demora en zanjar un renovado itinerario constitucional. Todo esto y la “paciencia colmada” de la ciudadanía —el término es de Kathya Araujo juega a favor de quienes buscan lucrar con este cuadro. Y, mal que nos pese, posibilidades tienen. Así lo mostraron en su minuto la elección de la fracasada Convención, Pamela Jiles posicionada como la figura política mejor evaluada del país y Franco Parisi llegando tercero en la carrera presidencial. 

En suma, el octubrismo agoniza, pero la demagogia está al acecho. Todos los actores políticos deberían tomar nota y actuar en consecuencia, partiendo por aquellos que se jactan de luchar contra la democracia plebiscitaria o asambleísta. Ella se impondrá de no primar la visión de Estado y el espíritu auténticamente republicano. Eso es lo que está en juego.