Carta publicada el 18 de octubre de 2022 por El Mercurio.

Señor Director:

A tres años del estallido social, el octubrismo —la ideología que asumió la revuelta violenta como paradigma— se encuentra en estado terminal. Nos cansamos del matonaje, el sarcasmo y el victimismo manipulativo. La crisis de legitimidad del Gobierno, en buena medida, nace de su incapacidad para hacerse responsable de su octubrismo pasado y repudiarlo abiertamente. Tal como señala Carlos Peña, esto pone en duda la sinceridad de todas sus intervenciones actuales.

Dicho eso, los sectores más reaccionarios, que hoy nos llaman a dar por concluido el proceso constitucional nacido de los acuerdos de noviembre, no deberían celebrar tanto. El apoyo a las protestas de octubre de 2019 sigue siendo muy alto, según señalan las encuestas, aunque el octubrismo esté en desgracia. ¿Cómo se explica esto? Básicamente como una validación de las razones del estallido, aunque ya no se celebren sus expresiones más extremas y violentas.

¿Por qué tantos chilenos experimentaron octubre de 2019 como un sinceramiento de la verdadera situación de Chile? ¿Dónde aprieta tanto el zapato? Tres años después, seguimos atrapados entre cierta izquierda que no parece entender el lado luminoso de nuestro desarrollo capitalista —y propone tirar lejos los zapatos, con la excusa de atender las heridas— y cierta derecha que exige que agradezcamos por tener zapatos, en vez de reclamar por las heridas. Por eso es razonable seguir el proceso constitucional: no para declarar piadosos derechos de papel o hacer otra cumbre de cosplay identitario, sino para lograr, a nivel de élites políticas, un acuerdo sobre cómo resolver a futuro los desacuerdos de una forma que permita tanto conservar los zapatos como sanar las heridas.

En vez de épicas bananeras, entonces, lo que necesitamos son acuerdos de Estado. Es decir, un nuevo pacto de desarrollo. Si no, el futuro será una sucesión de presidentes de todos los colores con aprobaciones paupérrimas al mes de asumir (entre aplausos de la oposición de turno), dirigiendo un país cada vez más pobre, desesperado y consumido.