Columna publicada el domingo 30 de octubre de 2022 por El Mercurio.

En su comentada visita a Chile, la economista italiana Mariana Mazucatto afirmó que el mundo mira con interés a nuestro país, pues seríamos “un experimento muy importante para matar al neoliberalismo”. Más tarde, corrigió la primera parte de la frase: no somos un experimento, sino una experiencia (se agradece el detalle). Sin embargo, no modificó la segunda parte, tanto o más delicada que la primera: matar al neoliberalismo. ¿Qué significa una expresión de esa naturaleza?

La pregunta no es baladí. Después de todo, tanto el Frente Amplio como el PC han empleado majaderamente dicha consigna. Sin ir más lejos, tras el 18 de octubre se repitió una y otra vez que nuestro país sería la tumba del neoliberalismo. Chile había despertado después de largos años de alienación. Luego, el ex convencional Barraza afirmó que el texto rechazado buscaba acabar con el neoliberalismo “en un solo acto”. De aquí emerge la retórica ampulosa de las transformaciones profundas que caracteriza a Apruebo Dignidad. Este discurso, además, juega un papel diferenciador, pues permite marcar una distancia radical respecto del ciclo político de las últimas décadas (que habría sido de mera administración, pronunciado en tono peyorativo).

Lo curioso, desde luego, es que el resultado del 4 de septiembre mostró que ese proyecto no tiene por donde ser mayoritario. La izquierda apostó por plebiscitar mucho más que una Constitución: lo que estaba en juego eran los 30 años. Aunque sufrió la peor derrota electoral de su historia, muchos se resisten a abandonar esa lógica (de allí la bizarra entrevista del senador Latorre publicada la semana pasada en estas páginas). Esto tiene una explicación. La identidad de parte del oficialismo no tiene más contenido que la afirmación de Mazucatto. Dicho en simple, la vocación exclusiva de muchos consiste en abolir el sistema que nos habría oprimido durante décadas. Para peor, si asumen un discurso reformista le cederán la iniciativa política a los sectores moderados que desplazaron hace pocos meses.

Esto conduce a otra reflexión: a estas alturas, el neoliberalismo es un significante vacío. En lugar de reflexionar y ponderar una realidad ambigua, la izquierda ha puesto allí todo lo que detesta. La operación es moralmente tranquilizadora (nosotros, compañeros, luchamos por el bien) pero intelectualmente pobre (no todos los males del mundo remiten al neoliberalismo). Así, han gastado la palabra hasta convertirla en basura conceptual. De muestra, un botón: la izquierda sigue calificando al TPP11 como neoliberal, a pesar de que ha sido suscrito por varios gobiernos socialdemócratas. ¿Cómo explicar esto? ¿Los socialdemócratas también son neoliberales? ¿Quién se salva entonces, fuera de ellos? Por otro lado, ¿qué hacer con la vieja Concertación que sigue prestando servicios? ¿No fue Mario Marcel uno de los creadores de la regla del superávit fiscal, epítome perfecto de los 30 años? ¿Alguien puede creer que Marcel será el verdugo final de aquello que el Frente Amplio llama neoliberalismo?

Desde luego, nada de esto quita que no podamos discutir sobre modelo económico y estrategias de desarrollo. Pero quienes han dinamitado esa posibilidad son precisamente quienes han simplificado nuestro debate hasta volverlo estéril. Si Chile es la “Norcorea neoliberal”, entonces no hay espacio alguno para conversar seriamente. La voluntad transformadora es, por cierto, legítima, pero debe cumplir con dos condiciones. La primera es construir mayorías amplias, que sirvan de soporte. Sobra decir que, en este plano, Apruebo Dignidad ha realizado un esfuerzo sistemático en la dirección contraria: tono mesiánico, desprecio a otros sectores y afirmación de superioridad moral. En otras palabras, no construyeron confianzas, pues, por algún extraño motivo, siempre supusieron que al mundo le asiste el deber de rendirse a sus pies. ¿El resultado? Una cacofonía insoportable al interior del oficialismo, que vuelve inviable cualquier transformación.

La segunda condición de dicha aspiración pasa por elaborar un proyecto serio. Y no, lamentablemente no basta haber leído y predicado El Estado emprendedor de la misma Mazucatto. Es curioso, pero el sector más crítico de todas las formas de colonialismo tiene (muy) poco diagnóstico original sobre Chile. No ha reflexionado sobre nuestra realidad, nuestras singularidades y nuestras auténticas posibilidades de acción. En otras palabras, no será una economista extranjera —sin perjuicio de sus eventuales méritos— la que resolverá nuestros problemas, ni zanjará nuestros debates.

En virtud de todo lo anterior, resulta simplemente inverosímil suponer que este gobierno vaya a “matar al neoliberalismo”. Es más, llegados a este punto, la actual administración sólo puede aspirar a conducir con algún éxito reformas puntuales. En ese sentido, la aserción de Mazucatto ilustra a la perfección el contraste entre la grandilocuencia de la campaña y la prosaica realidad del poder. En rigor, el gobierno no sólo está lejos, muy lejos, de “matar al neoliberalismo”, sino que su impericia bien puede terminar alimentando algún tipo de restauración. Nadie sabe para quién trabaja.