Columna publicada el domingo 16 de octubre de 2022 por La Tercera. 

No paró con el fin de la Convención. Esta semana el espectáculo lo regalaron el “Team Patriota” y la mesa paralela del proceso constituyente, que pareciera pretender ser más una parodia antes que un intento serio de colaborar en la solución de ese problema. No solo se dieron el lujo de invitar a un conflictivo y cuestionable personaje como Francisco Muñoz (conocido como Pancho Malo), sino que terminaron su performance en una gresca digna de riñas callejeras de la peor calaña. En esa puesta en escena no hay crítica elaborada del trabajo de la mesa oficial, sino mera provocación y burla, dispuesta a aliarse con figuras que promueven de manera más o menos explícita la violencia, el emplazamiento y la imposición. Pero el show partió hace ya un buen tiempo, y el ejemplo más claro fueron los retiros de fondos previsionales. No se trató simplemente de desmontar ante la vista de todos el sistema de pensiones a costa del dinero de la gente, sino de hacerlo por medio de sofisticadas formas estéticas que adornaban la escena. Nietitos subidos al carro de una mujer con capa que afirmaba escuchar como nadie a una ciudadanía que pedía que la política, en el fondo, se rindiera a lo que supuestamente decía la calle. Nada de esa farsa ha terminado, aunque varíen los temas y actores. Es como si necesitaran darle continuidad al espectáculo para no quedar vacíos. Quizás porque, en el fondo, no tienen nada más que ofrecer.

El show tiene pantalla y público, incluso para aquellos que se escandalizan con él. Pero se trata de un gesto vano. Como en la película francesa Ridicule, que retrata la decadencia final de la aristocracia gala previa a la Revolución, estos espectáculos no revelan más que estrategias desesperadas de aquellos que creen aferrarse a un poder que perdieron hace tiempo. En nuestro caso, no es una aristocracia sino grupo de actores políticos rendidos que, en su puesta en escena, han optado por adular a las masas. Lo que no ven es que los grandes seducidos son ellos. La gente no es tonta y establece deliberadamente la misma relación instrumental con esos políticos que intentan atraerla. Y cuando obtenga lo que quiere, como pasó con los retiros, los dejará abandonados sin mirar atrás. Porque la gente sabe que no hay nada más en esa interesada transacción. Los protagonistas serán olvidados y reemplazados por nuevos representantes de un show que no debe acabar. Los actores pueden rotar porque no importan en sí mismos. Su guion y sus roles cambian en función de las circunstancias a los que ellos mismos decidieron someterse. Y horadan así las bases del poder al que intentan afirmarse como sea.

Afortunadamente, ni en la ciudadanía predomina ese espíritu (aunque tiene su lugar y renta), ni en la clase política el show es hegemónico. La mesa paralela en su espectáculo patético terminó siendo duramente cuestionada por aquellos políticos que, con toda su precariedad y legitimidad en el suelo, intentan apostar por una mediación que funcione, dispuesta a asumir costos y arriesgarse dibujando un camino que no está asegurado, pero que busca tomarse en serio las demandas de gobernabilidad y certidumbre de la ciudadanía. Que esos visos de esperanza aparezcan tiene algo que ver con un plebiscito donde no parece haber predominado un afán antielitario en los votantes, ni tampoco un deseo de echar abajo todo, sino la exigencia de una institucionalidad que represente un proyecto colectivo. Y en la consolidación de la respuesta política a esa demanda se juega parte importante del desafío de impedir que el show termine devorando nuestra convivencia.