Columna publicada el martes 11 de octubre de 2022 por Ciper.

Seguirán las reflexiones sobre los errores que llevaron a la Convención Constitucional (CC) al fracaso. Rescato de entre ellas la manera en la que Manfred Svensson describió su desconexión con las inquietudes de las grandes mayorías del país [ver «Cómo la política identitaria corrompió el proceso constituyente», en CIPER-Opinión 06.09.2022] y cómo la representación fragmentada no logró cobrar sentido más allá de diferentes minorías. En un principio, tal oferta identitaria fue clave para la elección de convencionales que defendían causas específicas, pero estuvo lejos de ser suficiente para construir un proyecto de conjunto.

En esa lógica, uno de los grupos más vociferantes dentro de la CC fue el de los autodenominados «econstituyentes»; 19 convencionales que provenían del activismo ambiental, y que se agruparon en la Comisión de Medio Ambiente, Derechos de la Naturaleza, Bienes Naturales Comunes y Modelo Económico. Durante los meses de debate, sus objetivos apuntaron hacia causas tales como estatuto del agua, bienes naturales comunes y la necesidad de mayor acción estatal en protección de la naturaleza y sus recursos. Sin embargo, estimo que su trabajo estuvo al debe por razones que expongo a continuación, en parte como advertencia hacia la necesaria reconsideración de asuntos medioambientales en el nuevo proceso constitucional por venir.

•Activismo útil e inútil: A pocos sorprendió que la preocupación ecológica se erigiera como uno de los principales temas a tratar en el debate por la nueva Constitución. Ya en 2018, la Encuesta Nacional del Medio Ambiente mostraba que un 48% de los chilenos de entre 18 y 30 años votaba por candidatos que consideran el cuidado del medioambiente como prioridad. Los graves conflictos socioambientales conocidos en el país en los últimos años (como la erosión provocada por las plantaciones de pinos en el sur, la contaminación de Ventanas o la sequía en Petorca) favorecieron, así, la elección de activistas en el tema: un tercio de los convencionales independientes se autodeclaró «defensor/a ambiental» en sus respectivos territorios.

Pero de esa defensoría no tardó en pasarse a propuestas radicales, tales como las del decrecimiento. Todo activista ambiental tiene un rol fundamental e imprescindible en la sociedad. Su tarea es importantísima e irremplazable visibilizando problemáticas que usualmente son desconocidas por la mayoría, o que ciertos grupos prefieren que no se conozcan. No obstante, el activismo medioambiental que en general se conoció durante el debate de la CC pareció más bien dirigir una acción política intransigente y sin interacción complementaria con otras áreas del saber humano (como la economía, por ejemplo).

•Maniqueísmo ambiental: El cuidado de la Naturaleza es una labor seria y debe ser ejercida con el mayor de los cuidados, recordaba Luis Oyarzún en Defensa de la tierra (2020). Por eso, una Constitución escrita desde el conflicto no resultaría convenientepara el entorno natural. Pero contra esta idea aparecieron declaraciones como las de la convencional Camila Zárate, quien durante el proceso se jactó de que los econstituyentes eran «parte de un proceso constituyente y destituyente hace muchos más años», y que su participación en la CC les había significado ceder ante la «imposición de una élite político empresarial, y de una institucionalidad que estaba en crisis y necesitaba salvarse a sí misma», en referencia al Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución.

Desde esa perspectiva, se entiende que durante los meses de debate se haya observado en la citada Comisión lo que pareció una agenda particular a la que no le interesaba dialogar con el todo. Niklas Luhmann considera que uno de los enfoques más comunes y perjudiciales respecto de la discusión sobre medioambiente ha sido la adopción de posiciones reactivas y «febrilmente emocionales» [2012, pp. 81-97], que moralizan el problema, crean un enemigo (el hombre, el neoliberalismo, los empresarios, la codicia) y exigen una nueva ética respecto de la Naturaleza o de la conciencia de los humanos; como sucede con el decrecimiento o el ecocentrismo [VERGARA 2022].

Fue esto lo que precisamente sucedió en la Convención, y en los informes de la Comisión respectiva se observan varios ejemplos de aquello: intervenciones abogando por la reorganización de la economía nacional, críticas y ataques contra el extractivismo y «neoextractivismo», distorsiones y desconocimiento sobre el funcionamiento de la economía, posiciones moralizantes sobre la acumulación de riqueza, etc. Sin ir más lejos, el 85% del primer informe de la Comisión de Medio Ambiente fue rechazado por el Pleno (finalmente, ocho de los nuevos artículos del segundo informe pasaron al borrador del texto final). En vez de ejercer una mínima autocrítica por su fracaso, los redactores a cargo optaron por acusar frente a cámaras y micrófonos a convencionales del PS que habían descrito que su trabajo no cumplía con el estándar. Hasta el final, los econstituyentes no quisieron despojarse del maniqueísmo.

Ambientalismo desequilibrado: Las grandes diferencias del colectivo de econstituyentes con otros grupos conformados al interior de la CC apuntaban a una serie de deficiencias en sus planteamientos, los que en general carecían de disposiciones concordantes que incentivaran la «inversión verde», previnieran el riesgo de eventuales demandas internacionales por el cambio de los derechos de agua a meras autorizaciones administrativas [VERGARA 2021] o al menos se sostuvieran en normativas robustas [ver columna previa del autor en CIPER-Opinión 23.2.2022; y más]. Se otorgaban derechos a la Naturaleza —​​aumentando con ello la probabilidad de colisiones de derechos entre difusos sujetos protegidos—, pero nunca nadie en publicación ni informe alguno logró fundamentar el por qué de derechos y no así de obligaciones de los humanos para con su entorno. Ante todo, somos las personas quienes tenemos la posibilidad tanto de contaminar como de revertir ese daño. En vez de definir con precisión al sujeto de derecho y, valga la redundancia, la naturaleza de la Naturaleza, las propuestas econstituyentes redactaron frases tan obvias (e inútiles) como que el ser humano tiene una «relación indisoluble» con la Naturaleza. Al fin, el desajuste entre medios, fines y buenas intenciones atentaron contra un texto de cuidado y reparación de bordes exigentes, pero que debía ser efectivo. Hoy en el mundo se observa que el debate radicalizado sobre derechos medioambientales está provocando una riesgosa reacción antiecologista [LOCKWOORD 2019, pp. 712-732]. Los econstituyentes olvidaron, así, el principio imperante en los mismos ecosistemas: el equilibrio.

El secuestro de la ecología: Siendo una disciplina tan noble e imprescindible para comprender la relación de las personas con su «casa común», la ecología ha terminado siendo utilizada —muchas veces, expresamente— como un medio para lograr aspiraciones de tipo político. En su libro Esto lo cambia todo: el capitalismo contra el clima (2014), la autora súperventas Naomi Klein reconoce que «la derecha tiene razón» cuando acusa al activismo ambiental de querer erradicar la economía de mercado (p. 64). La pregunta de oro es qué alternativa —funcional— se ofrece a cambio. Vienen a la memoria las palabras del presidente de la Junta de Vigilancia de Río Petorca contra el grupo Movimiento de Defensa por el Acceso al Agua (Modatima) [imagen superior]: «Nunca reconocieron que hay sequía por el cambio climático, no escucharon nuestras peticiones e hicieron una campaña para decir que había saqueo de agua y no pudieron probarlo».

En efecto, si la Naturaleza constituye un asunto serio, en magnitud y complejidad, entonces debe ser abordada como tal. Es menester decir que esta discusión va mucho más allá del sistema económico o estrechas dicotomías entre Estado y mercado, o buenos y malos [OSTROM 2000]. Como explica Jeffrey Sachs, el asunto es mucho más profundo, y tiene que ver con el simple hecho de nuestra existencia, para lo cual lamentablemente no existen fórmulas constitucionales que nos permitan paliar y luego revertir el daño hacia el entorno sin acción humana plasmada en desarrollo tecnológico y económico. Muchos econstituyentes ni siquiera intentaron entender lo anterior.