Columna publicada el lunes 5 de septiembre de 2022 por The Clinic.

Escribo esta columna en medio del conteo de votos, en el intento por aclarar algunas de las ideas que vuelan furiosas por todos lados. No me parece que haya mucho que celebrar. El inmenso triunfo del rechazo sólo confirma la farra de la Convención. ¿Qué pasó para que un proceso iniciado con un amplio acuerdo político, refrendado por el casi 80% de los votantes en el plebiscito de entrada, terminara en una derrota así de estrepitosa?

Creo que mucho se explica con el video que la convencional Patricia Politzer publicó el 10 de febrero, en que denunciaba la existencia de un “coro catastrofista” de críticos de la Convención. Me parece que resume bien uno de los problemas que cruzó al órgano constituyente: se cerró sobre sí mismo, se volvió impermeable a la crítica, denunciando cualquier diferencia como un intento por sabotear su cometido. En vez de un poder abierto a la discrepancia, dispuesto a dar explicaciones de lo que no se entendía o de aquellas materias en que no se cumplían las expectativas ciudadanas. Como mostraron innumerables estudios, se esperaba un cambio profundo, pero que ayudara a estabilizar muchas vidas expuestas a la precariedad. No había que ir tan lejos para encontrar referencias: es lo que representó Gabriel Boric en la segunda vuelta.

Lo cierto es que había motivos para preocuparse desde mucho antes de aquel video. La lógica confrontacional que se veía entre los convencionales, la soberbia con la que muchos académicos ingresaron al hemiciclo (Bassa, Atria, Viera, et. Al.) y el haberse embriagado con el hecho de ser “el órgano más representativo de Chile”. Como ellos mismos denunciaron a los políticos de siempre en sus campañas, faltó humildad para desempeñar sus tareas. Se transformaron rápido en aquello que juraron destruir: una casta de intocables, de pitonisos de la voluntad popular. La farra es, ante todo, de los convencionales que no lograron cuidar el siempre esquivo apoyo ciudadano, y la ciudadanía terminó sintiéndose traicionada, una vez más. Esto fue particularmente cierto respecto de los convencionales independientes, quienes, se suponía, trabajarían para representar al Chile real, representado como pura exclusión, en la Constituyente. En pocas semanas quedó demostrado que preferirían la performance sin destino (Dino azulado, tía Pikachú, shows guitarreros, declaraciones violentas, como las de Stingo o Baradit). En vez de ayudar a sanar nuestras fracturas, recibimos múltiples banderas identitarias, tantas que parecieron tapar la meta a la que debían aspirar, una Constitución que lograra articular múltiples visiones de mundo y darles un marco de convivencia básico.

Pero no solo los convencionales cargan con esa culpa. También impactó la renuncia de los partidos a ejercer cualquier intento de conducción interna. No basta con apuntar a los independientes: los partidos que obtuvieron mayorías importantes, en particular el Frente Amplio y el Partido Socialista. Concurrieron alegremente a firmar la declaración con la que abrió el proceso constituyente, aquella en la que solicitaban un indulto para los “presos de la revuelta”. Con aquellos votos, firmaron un pacto sin retorno con el octubrismo, esa fuerza efímera de la que terminamos distanciándonos rápido.

A pesar de la farra, todavía hay mucho por aprender. Primero, es valioso haber encontrado un camino democrático para comenzar a salir de la crisis en la que nos encontramos. Espero que los próximos pasos de este proceso tomen en cuenta esa valiosa enseñanza. Segundo, hay que reconocer que para construir se necesitan herramientas bien diferentes a las empleadas para la demolición. Tercero, la relevancia de un poder político abierto y responsivo, que tome cierta distancia de sí mismo y de los proyectos refundacionales, que no toman en consideración los errores y los aciertos de las generaciones anteriores. Cuarto, es momento de poner la pelota al piso y no apresurarse en tomar decisiones. El gobierno deberá hacer la autocrítica por no haber intervenido antes en el órgano constituyente; y por haber comprometido su destino al amarrarse a la constituyente con tal fuerza. Deberá, además, dejar atrás a su polo más radical, de manera de hacer viables los más de tres años que tiene por delante; de poder articular una salida para el proceso constituyente; de generar las bases para un pacto social que logre dar certezas a los chilenos sobre su presente y futuro. Porque, no nos olvidemos, la demanda por cambios sigue ahí.