Columna publicada el jueves 22 de septiembre de 2022 por Ciper.

Sobre Independencia (nueva edición 2022, Sudamericana), de Alfredo Sepúlveda. Un libro en el que «los fundamentos de la historia republicana chilena no están en anécdotas pintorescas ni en logias que hacen y deshacen desde el secreto y la conspiración, sino en sucesos protagonizados por personas con ambiciones, sentimientos y afinidades como cualquiera de nosotros».

No cabe duda de que todo hecho está íntimamente ligado a un contexto determinado, y que su comprensión nos obliga a explorar —o, al menos, reconocer— las mentalidades, lenguajes y contingencias que se abren ante los protagonistas de cada época. Así, disponerse a comprender el pasado obliga a tener más preguntas que respuestas, sabiendo que todo ensayo de sentido tiene algo de provisorio, de incompleto, de parcial. En una época en que abundan los relatos que en la búsqueda por hacer accesible aquello que pasó, simplifican y distorsionan, no parece fácil cultivar la historia fuera de la academia. La reedición de Independencia, de Alfredo Sepúlveda, muestra que una narrativa histórica abierta a jugar con las técnicas de la ficción puede ser —si está bien lograda— una gran herramienta para asomarse al pasado, sorteando la aridez de los discursos especializados y las vulgatas simplonas y politiqueras.

Publicado originalmente en 2010 y reeditado ahora por Sudamericana, este libro contiene siete crónicas de hechos acaecidos alrededor de la guerra de independencia de Chile contra España. Son relatos de distinta naturaleza: algunos de corte más tradicional en tercera persona, construidos desde la perspectiva de un narrador externo y omnisciente; otros que, dándole más espacio a la subjetividad, juegan con las licencias de la ficción al relatar las historias de Toro y Zambrano, Freire y Cochrane desde el punto de vista de esos mismos personajes históricos. Aunque a ratos los detalles de las intrigas palaciegas o militares, el exceso de personajes o las minucias de los hechos puedan hacer difícil seguir la trama, el libro avanza en general con fluidez. Sepúlveda, periodista con una vasta experiencia en prensa escrita, logra con éxito su objetivo de narrar de manera entretenida y profunda episodios de nuestra historia. Y aunque el autor afirme, en el breve prólogo de esta reedición, que estas crónicas «corresponden a algo así como el lado B de la Independencia», los lectores pueden hacer caso omiso de esa advertencia aterradora, sabiendo que no se encontrarán con frívolas ‘historias secretas’ ni con conciliábulos que le buscan cinco patas al gato.

Todos los relatos giran en torno a sucesos nacionales de principios del siglo XIX, cuando, a causa de la crisis de la corona española suscitada por los conflictos entre Fernando VII y las tropas napoleónicas, las corrientes ilustradas locales mueven las fichas del tablero político para establecer, con algo de disimulo y pillería, las bases de la Independencia chilena. El protagonismo lo tiene la historia política y militar, aunque está lejos de los discursos institucionalizados y sacralizados por el paso del tiempo. Sepúlveda, así, consigue dibujar estos personajes a partir de los gestos que los convierten en seres de carne y hueso con sus contradicciones, matices y zonas grises, más que en próceres que dan nombre a plazas y avenidas. Abundan en este libro, es cierto, el crimen, la traición y la intriga, pero el centro no está allí, sino en el esfuerzo por tomarle el pulso a una época inestable y compleja.

Las historias mejor logradas en esta línea son aquellas que se arriesgan con cierto desenfado hacia las zonas propias de la literatura. Así, en el relato que protagoniza el presidente de la primera Junta de Gobierno («Mateo de Toro y Zambrano quiere dormir»), conocemos a un personaje insomne, que a la espera del amanecer del 18 de septiembre de 1810 es autocrítico con su vida política y, sobre todo, con sus titubeos y ambigüedades durante los meses previos, en los que él, viejo y cansado, ha visto caer sobre sus hombros una responsabilidad que lo supera con creces. Al viejo militar Ramón Freire («El héroe de la cicatriz en el rostro»), Sepúlveda lo sitúa ante la interrogación de unos presuntos historiadores enviados por Diego Barros Arana. Freire, cascarrabias y pachotero («soy un simpático perro viejo y gruñón, pero inofensivo», dice quien fuera el director supremo y presidente de Chile), defiende su legado mientras es corroído por un cáncer que, como un veneno, lo está matando.

El recurso ficcional del libro, sin embargo, chirría en el capítulo dedicado a Lord Cochrane, no porque los rasgos de la personalidad queden mal logrados —por el contrario, es verosímil el modo en que toma la voz este personaje orgulloso y tan lleno de sí, que se granjeó tantos enemigos en su paso por Chile—, sino por esa licencia anacrónica algo absurda de construirlo a partir del diálogo con un periodista de «un medio digital» que busca sonsacarle la verdad al altivo héroe naval.

El penúltimo texto, «Los partidarios del rey», cuenta la historia de aquellos soldados que se mantuvieron fieles a la corona incluso después de la derrota en las batallas de Chacabuco y Maipú. Aquí, como en otros pasajes del libro, Sepúlveda elabora un relato honesto, que no invalida su causa ni cae en el anacronismo de analizar la historia desde la perspectiva de los ganadores, sino que los describe con la distancia justa para dar cuenta de sus adscripciones y sus banderas, sin desviar la mirada de sus crímenes (tampoco lo hace en el caso de sus triunfantes adversarios). Así, lo que podría haberse mostrado simplemente como una quijotada de unos pocos interesados en conservar el orden establecido termina siendo una manifestación de las complejidades políticas, económicas y culturales que se dieron cita durante esa época agitada. Los fundamentos de la historia republicana chilena, entonces, no están en anécdotas pintorescas ni en logias que hacen y deshacen desde el secreto y la conspiración, sino en sucesos protagonizados por personas con ambiciones, sentimientos y afinidades como cualquiera de nosotros.

Cuando el conocimiento de nuestro propio pasado está amenazado por la inmediatez de nuestra vida cotidiana, por los ánimos refundacionales de ciertos sectores políticos o por las precarias clases de historia en vías de extinción que tienen la mayoría de nuestros escolares, libros como el de Alfredo Sepúlveda entretienen y abren el apetito para otras de la misma naturaleza.