Columna publicada el domingo 11 de septiembre de 2022 por El Mostrador.

No. Y es una gran noticia que el Presidente Gabriel Boric haya respaldado de antemano la respuesta de la ciudadanía al decir que confiaba “profundamente en la sabiduría del pueblo de Chile”. Aunque algunos se empeñen en menospreciarlo cuando les conviene, fue el mismo pueblo con el que tantos se lavan la boca el que habló con fuerza. Las personas quieren cambios, pero responsables. Desean una mejor vida, pero una en la que puedan participar los grupos de la sociedad civil. Quieren las riendas de su nuestro destino. Lo que se pedía no era tan ambicioso. El pueblo no lo quería todo, sino lo que le correspondía y lo que fuera posible. Quizás no sería hermoso, pero bastaba con que fuera, en lugar de estrellarse contra el piso como lo hizo el domingo pasado.

Es un hecho que esta Convención Constitucional fracasó. También es cierto que, pese a que muchos dudamos, esta logró cumplir al menos formalmente su tarea. El gran problema fue que el resultado lo conformó un amasijo de 388 artículos dispersos y discordantes entre sí, que estuvieron lejos de convertirse en el nuevo espacio sobre el cual resolveríamos nuestras diferencias. Los convencionales erraron el foco: en lugar de dirigirse a las grandes mayorías, prefirieron satisfacer a minorías sobrerrepresentadas. Un público sin duda importante, pero minoritario al fin y al cabo. De ahí quizás pueda desprenderse que el Apruebo terminó ganando en Ñuñoa (y apenas 7 comunas más) y perdiendo por paliza en las comunas más pobres y en todas las regiones del país.

La Convención, única en el mundo, con paridad, escaños reservados y participación de independientes, pasó al lado negro de la Historia (y no solo nacional). Sus rostros más visibles, aquellos que intentaron encarnar el octubrismo, terminaron siendo rechazados por ese pueblo tan despreciado cuando va a contracorriente de los que aspiran a manipularlo. El mismo que, ávido de participación, no fue escuchado en casi ninguna oportunidad. Por eso los terminó castigando como mejor sabe: en las urnas, con elegancia, cerrándole la puerta por fuera a quienes se burlaron de ellos, de sus legítimos temores, de sus aspiraciones, y de las de sus padres y abuelos.

La responsabilidad fue de los convencionales y las fuerzas políticas oficialistas, que tuvieron las mayorías en ese órgano. De los mismos que, luego de apuntar con el dedo a quien pudieron, salieron trasquilados por la puerta chica demostrando no ser mejores que los acusados. De los mismos quiénes, luego de perder las fuerzas y las ilusiones del histórico 78% del plebiscito de entrada, fueron incapaces de realizarse ninguna autocrítica. De los mismos que siguen callados. De los mismos que ahora prefieren hacer lo fácil: culpar a los poderosos, rotear a la población, tratar de ignorante a medio mundo.

Lo paradójico es que fue esta misma Convención la que, en su propia dinámica corrosiva, terminó autodestruyéndose desde el primer día. No solo porque muchos de sus integrantes despotricaron una y otra vez contra la propia institucionalidad que le dio vida, o porque su resultado y sus formas dejaron mucho que desear. El déficit estuvo también en su incapacidad para definir un diagnóstico más o menos adecuado, que permitiera elaborar un proyecto nacional coherente capaz de ensamblarse en nuestras relaciones y cultura política. Intentaron diseñar una Constitución omniabarcante, alejada de nuestra realidad cotidiana. No tomaron en cuenta la experiencia vital del chileno: desoyeron ese terrible pero tan verdadero inconcebible miedo a la pobreza.

Los convencionales no valoraron el paso de la letrina al alcantarillado que nuestros viejos pagaron con esfuerzo. No entendieron al abuelo que luego de trabajar toda la vida pudo ver al nieto con orgullo graduarse de la universidad. No apreciaron a ese mismo joven que lleva en sus espaldas las ilusiones y los esfuerzos de su familia. Eso se construye y preserva con esfuerzo, no con pócimas constitucionales. En buen chileno, era difícil que sujetos desarraigados de la realidad pudieran “venderle la pomada” a la ciudadanía. Esta última le dio cancha, tiro y lado desde el principio a los ánimos refundacionales y constructivistas de la Convención.

El progresismo narcisista (“el mundo está pendiente de nosotros”), la sordera constituyente (se rechazaron las iniciativas populares de normas más votadas) y la ceguera que otorga el poder (el Rechazo estuvo arriba en las encuestas por más de cinco meses) fue encerrando a los convencionales, hasta que la mayoría que arrasó en los plenos para luego autofelicitarse, ignoró todas las advertencias de la población. Una especie de paranoia los llevó sistemáticamente a pensar que esos múltiples avisos eran campañas del terror y coros catastrofistas provenientes de los grupos empresariales y los poderosos. Otros, en cambio, fueron más sinceros al desestimar esas señales conscientemente porque atenderlas les habría significado ir en contra de sus propios dogmas.

Lo positivo es que el resultado robusto a favor del Rechazo puede dejar en claro varias enseñanzas para continuar con el proceso. Quizá la más importante es que la inmensa mayoría de los chilenos no anhela la refundación de su país. La población quiere proteger al medio ambiente, reconocer a sus pueblos originarios, anhela mayor participación y descentralización, pero no a cualquier costo ni de cualquier manera. No con una Constitución ecocéntrica, no con plurinacionalidad, no con un Estado Regional. La gente quiere reconciliación, y no las comparaciones odiosas de amigos y enemigos a la que nos acostumbraron algunos convencionales. El pueblo desea volver a ser escuchado.

Este es más o menos el momento en que nos encontramos. La iniciativa vuelve a quedar en manos de nuestros representantes, quienes tendrán una nueva oportunidad para encauzar las demandas ciudadanas por una vida mejor y buena. Los radicalismos de cualquier tipo ya fueron avisados con esta votación categórica.

Hoy Chile continúa por la senda del sentido común, y lo encarrila su propia ciudadanía digna, silenciosa y trabajadora. El que algunos menosprecien a las personas con frases tipo “soy ABC1 pero voté por Apruebo por los demás”, demuestra clasismo, intolerancia y falta de empatía de sujetos que creen ser mejores que los otros. Si ese es su diagnóstico, lo más probable es que sigan chocando con la realidad.