Columna publicada el domingo 28 de agosto de 2022 por La Tercera.

Héctor Llaitul es muchas cosas, varias de ellas contrarias a la ley, pero no es un mediocre. Es un hombre encandilado por la lucha, un revolucionario. Eso lo hace incapaz del régimen de simulación y componendas tipo Loncón o los intelectuales mapuches. La insurrección que comenzó con el MIR la continuó con el mismo celo por lo que él imagina que es la causa mapuche. Su estrategia con la Coordinadora Arauco Malleco era clara: inspirarse en el ejemplo zapatista. Un par de fusiles, mucha prensa, glamour guerrillero, acciones de boicot contra el gran capital sin víctimas fatales. Convertirse en intocables no por capacidad militar, sino por convocar el romanticismo buensalvajista de la intelectualidad global. Y “liberar” el territorio bajo ese manto radiante. “Para todos, todo, para nosotros, nada”. Imposible que algo así no atrajera a mucho universitario, incluyendo al ahora Presidente Gabriel Boric y a su ahora jefe de gabinete, Matías Meza-Lopehendía. Cualquiera que escarbe en la historia del pensamiento político autonomista se topará con la sombra del Subcomandante Marcos.

Sin embargo, Llaitul vivió hasta convertirse en el villano. ¿Por qué? Porque su organización logró acumular fuerza suficiente como para dañar significativamente la capacidad operativa del Estado en el territorio macrozónico, pero no la suficiente para generar un orden alternativo. Luego, sumergieron a la misma gente que se supone que buscaban liberar en un vacío institucional. Y esos vacíos duran poco tiempo: el crimen organizado se hizo rápidamente presente. No era difícil, después de todo: la “lucha” siempre necesita recursos, y las mafias, territorio y soldados. Pero los pactos con el Diablo suelen salir mal.

La presencia de organizaciones criminales en la zona derrotó, al poco andar, la agenda estilo zapatista. Primero, fracturó a la CAM: algunos estaban más ansiosos que otros por radicalizar la confrontación con el Estado, aunque conseguir armas significara operar como soldados del narco. Luego, corrompió a las comunidades: en una zona brutalmente pobre la billetera criminal es particularmente poderosa. Finalmente, destruyó la épica de la “causa mapuche”: asesinatos, asaltos y todo tipo de crímenes plagaron rápidamente las localidades. Llaitul, así, se fue quedando solo: su organización terminó siendo menos radical que las demás, y con menos acceso a recursos y armas. Era cosa de tiempo para que su territorio fuera ocupado por otros grupos, más jóvenes y extremistas.

El punto de inflexión ocurrió el 27 de marzo de 2021, cuando un equipo de TVN fue atacado en la puerta de la casa de Llaitul. El mensaje era claro: amarillos, débiles. Y, desde ese día, la CAM inició una escalada de violencia orientada a mostrar que todavía tenían el sartén por el mango. Que tenían “fierros” y no habían reculado. El 9 de julio un ataque con armamento militar a un convoy forestal terminó con un trabajador (Ceferino González) herido de gravedad y un atacante muerto. El caído era Pablo Marchant, ex estudiante de antropología de 29 años. Llaitul dijo que había partido a una especie de cielo de los guerreros. Un dulcecito para el sinsentido. En su funeral, los deudos se aseguraron de que los fusiles de guerra salieran en primer plano. El mensaje, de nuevo, era claro. Y su destinatario no era el Estado chileno.

Héctor Llaitul tiene hoy 54 años. De sus antiguos compañeros de lucha, Emilio Berkhoff (fundador de Weichán Auka Mapu y ex antropólogo) está siendo procesado por traficar casi una tonelada de pasta base en un camión. A sus 36 años, arriesga pasar los próximos 20 en la cárcel. Víctor Ancalaf está preso por incumplir su arresto domiciliario. Sus hijos están siendo procesados por el asesinato del Sargento de Carabineros Francisco Benavides. Su hermana y sobrino, vinculados al narcotráfico, están siendo procesados por un cruento caso de secuestro, tortura y homicidio. El manto radiante se ha apagado. Llegaron a un callejón sin salida.

En tal contexto, es razonable pensar que Llaitul buscó ser capturado. Sus últimos meses fueron una provocación tras otra. No por ayudar a Boric o al Apruebo, ni por hacerle caso a Bengoa (ni a cualquier otro académico tuiteando marichiwadas desde su casa de veraneo en Pucón), sino porque ya no tiene adónde ir. Es un hombre derrotado. Y ahora le debería tocar al Estado de Chile recuperar el control territorial en la Macrozona sur y generar la institucionalidad que la CAM no pudo. Eso, si nuestro próximo orden constitucional lo permite.