Columna publicada el jueves 25 de agosto de 2022 por El Líbero.

Las últimas semanas hemos visto a un Gabriel Boric bastante presente, quizá demasiado. Su reciente gira en tren fue la coronación de un diseño que dista bastante del original: al principio de su mandato el plan era resguardarlo dentro de La Moneda. No parecía particularmente difícil. Se suponía que estaba rodeado de buenos voceros, hábiles negociadores y líderes natos. Mal que mal, su núcleo cercano lo venía siguiendo desde la calle hasta llegar a la primera magistratura del país.

Lamentablemente para todos, esa ilusión comenzó a derrumbarse a los pocos días de gobierno. Izkia Siches, gestora de su repunte en la segunda vuelta, abrió los primeros flancos para la administración entrante. Su intempestivo viaje a Temucuicui y sus reiteradas declaraciones en falso pusieron presión sobre quien debería solucionarle los problemas al Presidente, no crearle nuevos. Giorgio Jackson terminó verbalizando lo que muchos piensan al interior de una de las coaliciones que participan en el gobierno: suponen que hay una diferencia moral insalvable entre esta generación y las anteriores. Además, ha fracasado en su rol como conductor de las relaciones con el Congreso, su tarea principal. Los errores suman y siguen: basta pensar en el subsecretario Ahumada, las polémicas en RR.EE. y la estampida de funcionarios que toman distancia de su ideario. Pareciera que, salvo Mario Marcel, Camila Vallejo, Carlos Montes y Manuel Monsalve, no hay aliados en los que el Presidente pueda descansar.

Lo anterior se agrava por las declaraciones del propio ministro Jackson antes de comenzar el periodo de gobierno, que sellaron el lazo entre éste y el resultado de la Convención. Si ya era descabellado atar el destino de la administración Boric a un órgano que mostraba sus ripios en ese entonces, el paso del tiempo solo agudizó la magnitud del error. El hecho de que no haya convencionales que puedan fungir de voceros del texto terminó traspasando toda la presión a un palacio de gobierno que, como ya dijimos, se ve vacío. Salvo por el Presidente.

Son estas las circunstancias que tienen a Gabriel Boric jugando en la primera línea, expuesto como pocos a los vaivenes y fragores de la política diariaEl mandatario decidió asumir un rol polifuncional, quedando a cargo de empujar a sus partidos, negociar con el Congreso, anunciar las novedades programáticas, recorrer de modo frenético las comunas donde el Apruebo podría repuntar, ir a matinales y noticieros centrales. Todo esto, poniendo en riesgo su rol de figura central de nuestro entramado institucional, como el resorte principal de la máquina, al decir de Portales. Vemos, por lo mismo, a un Presidente expuesto a múltiples errores, a fundadas acusaciones de intervencionismo y a un enfrentamiento ya no tan solapado con la Contraloría; sin muchos fusibles a mano en caso de algún traspié.

La posibilidad cierta de que su opción predilecta en el plebiscito pierda le impone un deber inmenso, como pocos han tenido en los últimos 30 años. De ganar el Rechazo, no solo habrá sido derrotada la Convención y su proyecto constitucional: también quedará herido en la médula un gobierno al cual le quedan más de tres años de mandato. Incluso ganando, habrá que ver hasta dónde tiene capital para conducir los grandes acuerdos no constitucionales que requeriría la implementación del texto en un Congreso que le ha dado justificados dolores de cabeza y un oficialismo crecientemente desleal. La falta de jugadores propios y de un proyecto político robusto, como señaló Daniel Mansuy el pasado domingo, lo obligarán a una traición el 5 de septiembre: o a los propios radicales o a los indeseables moderados. ¿De qué lado se pondrá el presidente Boric?