Columna publicada el jueves 25 de agosto de 2022 por CNN Chile.

Nunca se le exigió al presidente que fuese nuestro héroe. Aunque es cierto que su habilidad política previa a su llegada a La Moneda, enceguecedora por momentos, induce frecuentemente a sus seguidores a presentarlo como tal. Ese mismo atributo no solo ha sido unos de los principales activos de toda su carrera, sino que ahora constituye también un factor aglutinante de su Gobierno.

Pero tal habilidad, la misma que lo catapultó a conquistar todos los cargos a los que ha postulado, descansa sobre una base tan efectiva como endeble al depender de los caprichos del éxito. El triunfo atrae estabilidad y seguidores. El fracaso, mientras tanto, los aleja. Bien lo sabe su antecesor.

Los políticos, aunque para nuestra desgracia a veces sí lo crean, no son héroes ni villanos. Es verdad que lo pueden aparentar bajo una primera mirada infantil: Los vemos en la televisión saludando niños e inaugurando puentes, la gente los conoce, y el resultado de su trabajo se enfoca, en teoría, hacia los demás. Si su poder es grande es porque sus acciones también pueden serlo, mejorando o, en su caso, empeorando nuestra vida.

Gabriel Boric, sin embargo, por momentos olvida lo anterior, llegando a inmolarse por las causas que, en su subjetividad, considera justas. Y esto, dependiendo el contexto, puede convertirse un gran problema. Lo hizo en un primer momento liderando a los jóvenes irreverentes que, supuestamente, nos “rescataron” de la mercantilización de la educación.

Luego cuando arrasó en la región que lo vio nacer para renovar el parlamento de la corrupta y reaccionaria clase política. Más tarde sería asumiendo la tarea de librarnos del “miedo” encarnado en José Antonio Kast. Y, ahora, tanto él como sus seguidores, confían en que se arrime una vez más a las cumbres de un gigante que se derrumba: el Apruebo.

Por eso el Presidente, empeñado en no cometer errores con un bajo perfil en un principio, ha aumentado riesgosa y notablemente sus apariciones públicas. Si antes nos enterábamos por Twitter de los libros que leía, hoy parece estar en todos lados: lo escuchamos en la radio, lo vemos en matinales o si tenemos suerte, lo encontramos por nuestro barrio. Va a la frontera con Perú. Le da un sentido de vida al director de un liceo Bicentenario en Talagante. Recorre el sur en nuestro abandonado sistema de trenes estatal. Luego del episodio del “evangelio de San Pablo”, nos instruye sobre San Lorenzo e historia eclesiástica. Presenta proyectos de ley.

Todo esto ocurre, en gran parte, porque el jefe de Estado sabe que no solo está en juego que Chile rechace la propuesta constitucional mal confeccionada, sino porque su capital político también peligra (y por elección propia). El problema es que este salvador es joven, y como tal, a veces imprudente. La persona sin experiencia comete errores con más frecuencia que el que ya cayó en ellos alguna vez.

El presidente, en ese sentido, ignoró que los superhéroes usan máscaras en su labor para proteger su identidad, precisamente, por situaciones de ese tipo: Evitan así que las consecuencias recaigan sobre su persona. Y, aunque no siempre sean héroes, los políticos comparten ese ámbito: No es simplemente que ejerzan un cargo, sino que habitan una institución que los antecede y que ellos deben hacer perdurar hacia el futuro.

Lo anterior parece haber sido ignorado porque Boric ya no está intentando salvar a los que quería proteger en un principio, sino en gran parte a sí mismo. Su objetivo principal, al menos en estas últimas semanas, no ha parecido ser la inflación, ni la migración descontrolada, ni la delincuencia, todos temas fundamentales para los chilenos. Por el contrario, el presidente y su gobierno están enfrascados y comprometidos por el triunfo del Apruebo.

En efecto: Boric sabe que, si pierde, el gobierno quedará debilitado y que la única manera para revertirlo será cuando sus colaboradores rebajen su escala de valores en negociaciones con bandos a los que consideran inmorales (entre ellos, la derecha y los viejos tercos de la centroizquierda). Pero como pactar implica ceder, se juegan la vida para que no ocurra.

Es así como nuestro presidente intenta ser nuestro héroe una vez más. Para nuestro pesar aún no logra separar el comportamiento de dirigente estudiantil del de jefe de Estado, ni el de conductor del Ejecutivo del de vocero del Apruebo. Lo delicado es que ahora está a la cabeza del país y esa inconsciencia, en un mal escenario, puede terminar arrastrando con él a toda la gente que prometió defender.

Enrique Lihn escribió durante los años 70 una novela satírico-política en la que Batman se mudaba desde Ciudad Gótica a Santiago para combatir por sus ciudadanos. El presidente debería escuchar a su poeta de cabecera para intentar hacer algo parecido: Mudarse del Apruebo a la República y, con ello, dejar atrás su rol de héroe (niño) para convertirse en el estadista (adulto) que todos esperamos. Aún hay tiempo.