Columna publicada el domingo 24 de julio de 2022 por El Mercurio.

El progresismo suele repetir la siguiente idea, con el pecho inflado de orgullo: el mundo nos está mirando. Debo confesar que ese tipo de aseveraciones me dejan frío, y nunca he terminado de entender nuestra obsesión por la mirada extranjera, que es una forma particularmente nociva de colonialismo. Esto no quita que la frase contenga una cuota de verdad: el proceso chileno resulta atractivo a nivel global para una izquierda que ha extraviado la brújula, y qué mejor que el país de Salvador Allende para elaborar nuevas perspectivas —o convertirnos en laboratorio—.

La nueva vía chilena consiste en la combinación de un inédito proceso constituyente que coincide con la llegada al poder de una generación joven. Esa mezcla permitiría dejar atrás, de una buena vez, el legado de Pinochet: 2022 es el verdadero año decisivo. Ahora bien, “terminar con Pinochet” tiene un significado aparentemente preciso: acabar con el neoliberalismo que domina nuestra vida y nuestra (falsa) conciencia. Aunque el concepto de “neoliberalismo” ha sido vaciado de todo significado (sí, las palabras también se gastan), lo relevante es conservar el horizonte de sentido que permite aglutinar identidades dispersas.

Este rodeo puede ayudar a comprender por qué el mundo nos mira. Tras la caída del Muro, la izquierda ha debido enfrentar un difícil dilema entre dos alternativas. La primera pasa por asumir la respuesta socialdemócrata, esto es, aceptar la realidad del capitalismo, intentando introducir correcciones renunciando a modificar la estructura. Sobra decir que este camino se expone a la sempiterna acusación de traición, que fue exactamente lo que hizo el Frente Amplio con la Concertación: administraron un modelo perverso. El neoliberalismo con rostro humano sigue siendo neoliberalismo.

La segunda alternativa —avistada con frecuencia en América Latina— es negarse a aceptar los porfiados hechos. Como el mundo se resiste a la aplicación de un modelo distinto (¿será neoliberal la realidad?), como no responde a las teorizaciones ni es susceptible de ser moldeado desde arriba, esas izquierdas se desesperan. La reacción es patear el tablero, junto con el termómetro y todo lo que encuentren en el camino. El lírico no admite que la realidad no se ajuste a su pose moralizante. Así, se inicia un conocido libreto de deterioro institucional. La historia puede adquirir mayor o menor intensidad, pero la tendencia es siempre la misma: emplear todos los mecanismos disponibles —y no disponibles— para intentar torcer la situación. En otras palabras, las instituciones son empleadas, sin escrúpulo alguno, para perseguir objetivos partisanos. Es la lógica del todo vale.

Al día de hoy, es imposible saber qué derrotero seguirá nuestro gobierno. Después de todo, en la coalición oficialista conviven varias almas que no han cuajado del todo. Empero, debe decirse que abundan las señales preocupantes. Me parece que la principal es la siguiente: para emplear sus propios términos, el Presidente no sabe habitar el cargo que ejerce. En Chile, la Presidencia posee un peso específico, pues el primer mandatario encarna la unidad y la historia de la nación. Hace ya muchos años, Claudio Véliz identificó acá una de las causas del fracaso de la UP: Salvador Allende no habría sabido adecuarse a la magistratura, generando un enorme desajuste.

Todos sabemos lo que el Presidente piensa, cuál es su agenda y cuáles sus afectos. No obstante, y sin perjuicio de lo anterior, esperamos de él que, desde su legítima trayectoria, abarque mucho, muchísimo más, que el 25% que obtuvo en primera vuelta. De hecho, Boric triunfó porque en el balotaje logró recrear un personaje distinto, que supo hablarle a varios mundos. Esperamos de un mandatario que sea algo más que el porrista de una causa, que no dedique su tiempo a compartir memes burdos y cuentas anónimas: esperamos que adquiera altura. En rigor, necesitamos que el Presidente cuide la institución, que es piedra angular del país. Por lo demás, si él está dispuesto a hacerse parte de las burlas a un periodista, ¿cómo extrañarse de que luego las cuentas en redes sociales en organismos públicos hagan mofa de simples ciudadanos? ¿No aspiraba esta generación a sanar una discusión pública un poco enferma, no prometía renovar la legitimidad del Estado? Si la primera figura da mal la nota, no hay modo de corregir hacia abajo.

Para tomarle el peso a todo esto, basta pensar un instante en el 5 de septiembre. Si gana el “Apruebo”, entraremos a un largo y complejo período de implementación constitucional; y, de ganar el Rechazo, habremos de acordar nuevas reglas para el proceso constituyente. Ambos escenarios son muy difíciles, y de seguro consumirán los tres años que restarán de gobierno. Más que nunca, requeriremos de instituciones sólidas, de una presidencia robusta y respetada, de un mandatario que haya conservado la dignidad del cargo, capaz de articular y conducir en momentos delicados. Dicho en simple, necesitamos la mejor versión de Gabriel Boric, esa que hoy se ve tan lejana. Todo indica que el mandatario está horadando la institución presidencial, desesperado por una realidad que no se ajusta a sus anhelos. Si el mundo nos mira, uno de los motivos es precisamente este: ¿está cierta izquierda latinoamericana condenada a destruir todas las instituciones que encuentra a su paso?

En todo caso, no sólo el mundo está mirando. Nosotros también.