Carta publicada el jueves 16 de junio de 2022 por El Mercurio.

Señor Director:

El pleno de la Convención aprobó las normas transitorias de reformas a la Constitución. El dato más llamativo es que el Congreso actual tiene exigencias más elevadas que los congresos futuros para introducir modificaciones al texto. El órgano constituyente decidió seguir así el consejo del primer pirómano de la nación, según quien no cabe esperar “lealtad” de esta legislatura para con las nuevas instituciones.

El hecho es digno de ser destacado: una Convención electa con 40% de participación y con mecanismos mal diseñados se arroga el curioso derecho de afirmar que el actual Congreso, elegido con más participación y sin binominal, carece de una legitimidad digna de ese nombre. En lugar de asegurar la continuidad, la Convención busca marcar una ruptura brusca: lo nuevo y lo viejo, ustedes y nosotros, los contaminados y los puros, los amigos y los enemigos —la misma lógica extravagante en virtud de la cual se quiere excluir a los expresidentes de la ceremonia final—. Se confirma así lo que muchos intuíamos: predomina en la Convención una peligrosa pulsión antidemocrática, que sospecha de otros poderes —tanto o más democráticos que ella misma— que pudieran hacerle sombra, o cuestionar sus inspiraciones divinas.

Con todo, es posible que la Convención esté cometiendo un error de dimensiones colosales. Por de pronto, el argumento de “Aprobar para reformar” (que ha sido esgrimido en la centroizquierda) pierde progresivamente toda pertinencia: de ser aprobado el borrador, habrá muy poco margen para introducir modificaciones. Pero, además, la Convención le regala al Rechazo un argumento poderoso: la épica democrática ha cambiado de lugar, el nuevo autoritarismo puede ser vencido en las urnas.