Columna publicada el domingo 12 de junio de 2022 por El Mercurio.

“Yo sé que se ha planteado antes esta iniciativa, pero la verdad es quienes en su mayoría han estado del lado contrario a las transformaciones durante tanto tiempo es difícil de creer que ahora se van a poner del lado de los cambios”. Con estas palabras, el Presidente Gabriel Boric criticó la propuesta de tres senadores de centro izquierda, apoyada por la derecha, en orden a modificar el quórum para reformar la Constitución vigente. Y remató: “La derecha rechaza, está en su derecho, es totalmente legítimo, pero que no le digan a la gente que hay terceras vías”.

La declaración tiene varias aristas que merecen ser examinadas. Por de pronto, cabe notar la sorprendente velocidad del primer mandatario para cambiar el registro. Pocos días después del tono republicano de la cuenta pública, no tiene mayores escrúpulos en hablar como un activista más, olvidando que el Jefe de Estado debería mantenerse alejado de ese tipo de refriegas. Si el plan resulta mal, queda enteramente vulnerable, sin fusibles. Por otro lado, y aunque todos sabemos lo que piensa, una duplicidad tan marcada no lo ayuda. No es posible ser, al mismo tiempo, líder histórico que abre las grandes alamedas y dirigente de la Confech —algo semejante le ocurrió en el affaire Kerry—. Por lo demás, no debe olvidarse que la versión vociferante de Boric sólo obtuvo un cuarto de los votos, número insuficiente para su ambición transformadora. Como fuere, el primer mandatario está renunciando a su deber de conducir políticamente un proceso delicado, más allá del resultado del plebiscito. Si ambas opciones son legítimas, resulta evidente que al Presidente de la República le asiste el deber de ponderar todas las alternativas disponibles. Elegimos un mandatario para que gobernara cuatro años, no para que condicionara su mandato al incierto resultado de un plebiscito jugando a la ruleta rusa.

Así debe explicarse que diversos personeros del PS y del PPD se hayan mostrado receptivos a la idea de modificar los quórums. Si la izquierda lleva décadas criticando la rigidez constitucional, basta tener la vista puesta algo más allá del 4 de septiembre para comprender que mayores grados de flexibilidad no vendrán mal. Es bueno recordar que esa fecha no es el centro de nuestra historia, sino una importante —entre tantas otras—. Dicho de otro modo, la historia de Chile no gira en torno a la generación del Frente Amplio. Pero hay más: varios dirigentes de centro izquierda han afirmado que ellos quieren aprobar para reformar, pues saben que la implementación será difícil, y que una Constitución viable necesita de acuerdos amplios. Esto implica que la “tercera vía”, por llamarla de algún modo, no tiene que ver sólo con el “Rechazo”, sino también con el “Apruebo”: ambas opciones admiten matices internos.

Ahora bien, la paradoja reside en que, de aprobarse la moción de los senadores, la Constitución vigente será más fácil de reformar que el texto propuesto por la Convención. Para decirlo en simple, los cerrojos y trampas habrán cambiado de lugar. En efecto, todo indica que el borrador exigirá, para modificar aspectos relevantes, dos tercios del Congreso, o bien cuatro séptimos más plebiscito. Habrá, además, dos escollos añadidos: el consentimiento de los pueblos originarios, y los escaños reservados (no proporcionales) desde la próxima legislatura. Sobra decir que, en esas condiciones, reformar será una proeza difícil. ¿Quién le teme ahora a la democracia y a la agencia política del pueblo? La Convención busca protegerse de las mayorías pues sabe que los vientos han variado. Por lo mismo, recurre a perspectivas cada vez más maniqueas para fijar constitucionalmente una visión que ha dejado de ser representativa: nosotros o el caos, nosotros o Pinochet, nosotros o nada.

Con todo, las declaraciones de Gabriel Boric dejan ver otro aspecto problemático. Para el proyecto cultural del Frente Amplio —digo bien cultural porque, estrictamente hablando, no hay proyecto político— resulta indispensable una derecha lo más reaccionaria posible. Es tan fuerte su vocación agonística y su voluntad por agudizar los conflictos, es tanto lo que leyeron a Laclau, que una derecha moderada no es funcional a sus objetivos. La narrativa sólo funciona si al frente hay una derecha malvada y violadora de los derechos humanos, pues eso justifica su propia radicalidad. Si algún dirigente opositor muestra un espíritu distinto, la tarea urgente es reconducirlo a su único lugar posible: las cavernas. El gobierno de Piñera fue una dictadura sangrienta, no existe la derecha reformista, son todos unos peligrosos fascistas.

Es difícil saber si la estrategia tendrá éxito, pero una cosa es segura: se expone al riesgo colosal de la profecía autocumplida. Después de todo, las principales preocupaciones de los chilenos —orden, economía, migración— son terreno fértil para el surgimiento de un populismo de derecha, que podría responder fielmente a las necesidades retóricas del Frente Amplio, y ser el espejo que tanto anhelan. Mientras más se polarice el escenario, mientras menos espacio tengamos para las terceras vías de lado y lado, más estaremos alimentando ese fenómeno. Tendremos, al menos, el triste consuelo de tener plenamente identificados a los responsables: todos quienes escogieron jugar a la ruleta rusa el domingo 4 de septiembre de 2022.