Columna publicada el martes 14 de junio de 2022 por La Tercera.

Fernando Atria —excadémico de la Universidad Adolfo Ibáñez y actual constituyente del Frente Amplio— no tiene problemas en explicitar con toda sinceridad, casi con orgullo podría decirse, el proyecto constitucional de la nueva izquierda. Su reciente entrevista en La Tercera confirma ideas y tendencias que Atria viene empujando con aparente éxito durante los últimos años; ideas que resumen a la perfección las lógicas del texto que la Convención someterá a plebiscito.

En primer lugar, mirando al pasado, se trata de una visión lapidaria del Chile posdictadura. Si la Convención juzgó los vilipendiados 30 años —y más aún, nuestra bicentenaria trayectoria republicana— como pura opresión y despojo, no es por azar. Es en gran medida porque doctrinas como las de Atria calaron profundamente en las fuerzas de la nueva izquierda. Atria habla como si los gobiernos de la Concertación fuesen una mera continuidad del régimen autoritario. Como si ni Aylwin ni Lagos ni nadie hubiera conseguido imprimirle alguna diferencia significativa al proceso político. La otra cara de la moneda es obvia: Atria habla como si viviéramos en 1981. La crisis de octubre explotó simplemente “por la Constitución de 1980″. No hay vaivenes ni zigzagueos, no hay decisiones erradas, no hay otros factores: todo es fácil y lineal, todo es blanco y negro, todo es maniqueo. Como si se tratara de una religión secular y no de la contingencia política. O —como buen lector de Schmitt— de amigos y enemigos.

Por lo mismo, no sorprende la nula autocrítica de Atria respecto al proceso constituyente en curso. ¿Que se frustró la oportunidad de articular un pacto constitucional de vocación mayoritaria y alcance nacional? No: esa era “una expectativa irrealista” que falló por “las condiciones del proceso”. Punto. ¿Que faltó transversalidad? En ningún caso: solo fue que la “disposición a conversar políticamente se desarrolló entre unos y no entre otros”. Así son las cosas, qué más da. ¿Que el texto eventualmente podría ser rechazado? Por ningún motivo: “afortunadamente no va a ser así” y “progresivamente va a ser vista como una Constitución de todos”. ¿Por qué? Porque así lo cree él: un confidente de la Providencia, en palabras de Raymond Aron.

Nada de esto es trivial. Como el mismo Atria confiesa, él tiene línea directa con el Presidente Boric y “el gobierno y la bancada del FA provienen de una misma agrupación política”. Si gana el Apruebo, está será la mirada hegemónica. ¿Que faltan contrapesos? No: es un error creer que “la política tiene que protegerse de la democracia” bajo algún aspecto. Para el convencional, una república democrática no exige un diseño institucional cuidadoso ni nada similar. Ni hablar del “apruebo para reformar” u otro imaginario (¿utopía?) semejante. Porque Atria no tiene dudas: “no hay nada que se requiera reformar”, ni respecto al sistema político ni respecto de nada. El objetivo es claro: “definir nuevos términos en nuestra relación para la convivencia social y política”. Aunque eso implique ganar por apenas un solo voto. Esa es la apuesta.

En suma, si bien Atria se jacta constantemente del origen democrático del proceso, nunca comprendió los deberes básicos que se derivan de esa realidad. En rigor, es él quien incurre en aquello que imputa a sus adversarios: “confundir democracia y dictadura”. Invoca las urnas y los equilibrios políticos solo cuando le conviene, aunque rara vez haya actuado conforme a ese ideal al interior de la Convención. Y por eso, dado que como él mismo dice, “una Constitución se manifiesta en un texto cuando es escrita, pero no es un texto”, su entrevista es el mejor reflejo del órgano constituyente. Porque el éxito de Atria, al final del día, es la otra cara del fracaso de la Convención.