Columna publicada el jueves 2 de junio de 2022 por La Tercera.

“El número de redactores de la Constitución del 80 va creciendo”, decía con sutil ironía Ascanio Cavallo hace pocos días en un programa radial. Con esto aludía al tránsito de “los cuatro generales” de Gabriel Boric a las “nueve personas designadas por una Junta Militar” que menciona el video de La Moneda sobre el plebiscito. No se trata de su única errata: desde la omisión de la Carta de 1828 hasta el olvido -una vez más- de la firma del expresidente Lagos en la Constitución vigente, la pieza audiovisual no destaca por su rigor histórico.

Podría argüirse, con razón, que ese rigor jamás estuvo entre los propósitos del video. Porque hay una clara continuidad entre sus diatribas al pasado desde los códigos dominantes hoy -nada más lejano a la “conciencia histórica” que ayer reivindicaba Boric-, y el imaginario que dominó de punta a cabo la Convención: la trayectoria del Chile republicano entendida como pura opresión y despojo. Esto ayuda a comprender la enorme distancia del borrador con nuestra tradición constitucional. Y también la excéntrica idea de amarrar las eventuales reformas post plebiscito a las “instituciones leales” al órgano constituyente (aquellas creadas a su imagen y semejanza). El video es coherente con todo esto.

Menos voluntario, en cambio, es lo que transmite esa narrativa acerca del contenido mismo del borrador. ¿Por qué para defender el texto se invoca un criterio tan singular como la cantidad de sus redactores? Porque, básicamente, cuesta encontrar otros parámetros donde pueda salir airoso. No fortalece al Estado chileno (lo divide y lo debilita); tampoco a nuestra democracia (la expone tanto a la suma fragmentación como a la concentración autoritaria del poder); y menos a los partidos políticos (casi ni los menciona). ¿Pero no aumenta el número de derechos declarados? Sí, pero su garantía se vuelve más incierta, en la medida en que desaparece el recurso de protección y se vislumbra un desmantelamiento del Poder Judicial. Letra chica: eso habría denunciado la nueva izquierda cuando era oposición.

Quizá el Presidente Boric aún está a tiempo de corregir esta campaña y tomarse en serio sus palabras en la cuenta pública de ayer. En concreto: asumir a cabalidad que “ambas opciones son legítimas”, con todo lo que esto implica. Renunciar a ser el jefe de facto del Apruebo y adoptar la estatura propia de un jefe de Estado ante la coyuntura constituyente. Articular un mensaje de vocación mayoritaria y alcance nacional. Jugársela por ser y parecer un gobierno de todos los chilenos, incluyendo a los del Rechazo tanto como a los del Apruebo.

De lo contrario, y ante un país dividido a consecuencia del borrador de nicho elaborado por la Convención, lo único que pasará a la historia será el incómodo lugar en que Gabriel Boric quedará el 4 de septiembre de 2022.