Columna publicada el jueves 2 de junio de 2022 por El Mercurio.

En su primera Cuenta Pública, el Presidente Gabriel Boric recuperó una de sus mejores versiones: el gran orador. Al escucharlo, uno está cerca de creer que su carisma podría bastar para superar buena parte de nuestros problemas. Entre llamados a la unidad nacional, recitación de versos, guiños a nuestra historia y talento retórico, las cosas más difíciles parecen no serlo tanto. Nuestro país tiene fuerzas, trayectoria y recursos para salir de esta crisis: seguimos.

Sin embargo, pasadas algunas horas, uno se restriega los ojos, y la ilusión se disipa. Después de todo, este es el mismo gobierno que ha sido incapaz de manejar la agenda, que desperdició su breve luna de miel a punta de voluntarismo y que no tiene estrategia alguna para controlar el orden público. Uno quisiera creer que la escena que dibuja el mandatario tiene algún asidero, pero me temo que las consecuencias de su discurso podrían ser contrarias a las buscadas. Me explico.

La principal dificultad que enfrenta hoy el oficialismo es la distancia que media entre su discurso y la realidad. Esto explica que la coyuntura vaya consumiendo —semana a semana— toda la energía del Gobierno. El discurso debe dar cuenta de la realidad y, al mismo tiempo, producir épica: el arte político consiste en combinar ambas dimensiones. Sebastián Piñera fallaba por lo segundo —sus palabras nunca fueron inspiradoras— y Gabriel Boric falla por lo primero —sus palabras parecen, por momentos, las de un observador.

En ese sentido, el discurso de ayer fue espléndido mientras duró, pero puede acrecentar aún más la grieta entre la voluntad de transformación y la porfiada realidad. Si se quiere, el problema del Presidente nunca han sido los discursos, sino la brecha que abren. Ayer, por ejemplo, se acercó bastante a su personaje de segunda vuelta, pero la pregunta es si acaso eso tiene efectos en la acción. El Presidente condena una y otra vez la violencia, pero no quiso querellarse contra el líder de la CAM. El Presidente no quiere armas en Chile, pero no habla de terrorismo, sino de “violencia rural” (nombrar mal a las cosas solo aumenta la desgracia del mundo, decía Albert Camus). El Presidente quiere inscribirse en la trayectoria histórica de Chile, pero sus corifeos en la Convención insisten una y otra vez en la refundación. El Presidente reconoce la labor del gobierno anterior, pero no reflexiona sobre el efecto sistémico del tipo de oposición que él mismo lideró. El Presidente quiere convocar a todos, pero en el corazón de su gobierno está el PC, cuya estrategia es radicalmente distinta; y, además, no dice una palabra sobre el 5 de septiembre. El Presidente quiere derechos sociales, pero nunca articula esa demanda con los anhelos de seguridad, como si no hubiera conexión entre ambos aspectos.

En materia migratoria, solo enuncia vaguedades, sin hacerse cargo de las urgencias que enfrentamos. En definitiva, el Primer Mandatario multiplica y acrecienta las expectativas sabiendo que tiene cada día menos espacio para satisfacerlas.

Debo suponer que no cabía esperar algo distinto de su primera Cuenta Pública. Al fin y al cabo, un buen discurso puede darle algo de aire y tiempo, y volver a poner el foco en su agenda. La apuesta, en todo caso, es muy elevada: si la palabra del mejor orador se vuelve vana y vacía, se queda sin recursos disponibles. Dicho de otro modo, Gabriel Boric debe transformar cuanto antes sus bellos discursos en política. De lo contrario, los ingeniosos trucos del ilusionista quedarán al descubierto.