Columna publicada el miércoles 1 de junio de 2022 por La Tercera.

¿Cómo leer el proyecto constitucional? Un texto con 499 numerales marea a cualquiera. De entrada es poco democrático, pues no está diseñado para que un ciudadano cualquiera pueda navegarlo y comprenderlo con facilidad. Al revés, la pretensión de sus redactores fue ofrecerle a cada cuál algo que suene de su interés, invitándolo a ni siquiera mirar el resto del texto. Una Constitución aprobada mediante dichas trampas es básicamente una estafa. Por lo mismo, yo invito a todo el mundo a darse el tiempo de leer el borrador. Y a que no le hagan caso a nadie que les diga que mejor no lo lean. A continuación, ofrezco la técnica de lectura que yo usé, por si alguien más la encuentra provechosa.

Lo primero que vale la pena hacer es distinguir entre las normas que hacen cosas y las que enuncian aspiraciones. Es decir, entre las que tienen un efecto directo en la realidad y las que no. Si imprime el texto puede ir tachando todas las promesas y dejar las puras realidades. O bien, en formato virtual, simplemente borrar las primeras o cortarlas y pegarlas aparte. Por ejemplo, las normas que establecen la paridad hombre-mujer en instancias de representación o los cupos reservados para “naciones y pueblos originarios” constituyen realidades. Son mandatos específicos que deberán ser cumplidos. En cambio, toda promesa de propender a integrar a tal o cual otro grupo es una aspiración: una especie de consejo para los agentes políticos regidos por la Constitución, pero que no obliga a nadie a nada en particular. Todo el listado de “derechos sociales” es parte de esta lista de promesas.

Una vez que nos quedamos con la lista de normas con efecto directo en el mundo, podemos usarla para responder distintas preguntas. Lo primero puede ser un test de privilegios: ¿Quiénes son ciudadanos de Chile según el proyecto? ¿Son todos iguales ante la ley? ¿Vale más el voto de algunos que el de otros? ¿Hay derechos grupales específicos y excluyentes? Si el proyecto asigna mayor valor al votante que pertenece a tal o cual grupo, o bien fija derechos corporativos sólo para un sector de la ciudadanía, estamos frente a una Constitución deficientemente democrática, pues la igualdad ante la ley es un principio básico de toda democracia moderna. Todo ciudadano debería gozar de los mismos derechos ante la ley.

El siguiente ejercicio es separar las normas que configuran el sistema político y ver cómo funciona. Un sistema político organiza el flujo de poder en una sociedad. El equilibrio que buscan las democracias es muy delicado: el poder debe concentrarse lo suficiente en algún punto para que se tomen y ejecuten decisiones, pero debe permanecer, al mismo tiempo, efectivamente revocable. Una democracia fracasa si es tan enredada y tortuosa que se paraliza, haciendo imposible para cualquiera tomar decisiones eficaces. Pero también fracasa si quien llega al poder es capaz de, mediante los mecanismos establecidos, de patear la escalera y no soltarlo más. Algunos regímenes latinoamericanos, como el venezolano o el nicaragüense, logran combinar magistralmente ambos tipos de fracasos, convirtiendo al gobierno en una mafia armada entre muchas otras, cuya única capacidad es reproducirse en tanto mafia dominante mediante la violencia y la extorsión.

¿Cuáles son, entonces, los caminos que el proyecto constitucional deja abiertos para patear la escalera a quien llegue al poder? ¿Se logra una independencia creíble de las instituciones cuya función es operar según lógicas distintas? ¿Puede el gobierno de turno intervenir el poder judicial? ¿Puede censurar y perseguir a sus opositores políticos? ¿Se blinda la independencia del Banco Central, de tal forma que el gobierno de turno no pueda reventar la moneda nacional? ¿Se entrega suficiente independencia a las Fuerzas Armadas y de orden como para que no puedan ser convertidas en la policía política del gobierno?

Por otro lado, ¿qué tanto distribuye poder el texto y qué tanto lo debilita? Siempre hay que recordar que son cosas distintas. Es muy distinto organizar una máquina de poder que funcione, y que opere incorporando muchas partes, que desbaratar el poder en muchos pequeños coágulos inconexos, que eventualmente harán imposible tomar decisiones. Lo que se vende como “regionalismo” es no pocas veces una repartija que achica la torta que reparte y nada más, generando poderes locales piñuflas (dirigidos por los eternos tiranos cola de ratón) y un centro impotente.

Finamente, es muy importante preguntarse por la organización económica contenida en la Constitución: ¿Qué incentivos deja el texto a la iniciativa privada? ¿Cómo afecta para bien o para mal el crecimiento y la distribución de la riqueza? Aquí, al igual que con el poder, es fácil irse o bien al extremo del crecimiento sin distribución o a una pretensión de redistribución que vuelve microscópica la torta. Una pregunta económica-política clave es en qué medida dependerá cada Estado del gobierno de turno para su sustento diario. Si es mucho, la captura del voto mediante la extorsión económica es un peligro a considerar.

Terminados estos tres ejercicios ya tendrá casi todo el trabajo de interpretación constitucional hecho. Lo que quedaría es tomar la lista de promesas o aspiraciones que dejamos aparte y preguntarnos si el orden político generado propende o no a hacer posible que esas promesas se cumplan. Un Estado mal organizado, autoritario y económicamente caótico será incapaz de financiar las cosas que prometa la Constitución, por lindas que suenen.