Carta publicada el martes 5 de abril de 2022 por El Mercurio.

Señor Director:

El proceso constituyente buscaba cumplir con dos promesas. Primero, redactar una propuesta de texto constitucional; segundo, poner los cimientos para reconstruir legitimidad para las instituciones reformadas. Mientras el primer objetivo sigue siendo una incógnita (aunque ya hay varias señales de alarma), me temo que la Convención no está logrando la tarea fundamental de recomponer el vínculo fracturado de la política con la ciudadanía. La ausencia de autocrítica por parte de los convencionales y la incapacidad de aceptar las encuestas que muestran un creciente apoyo al Rechazo en el plebiscito de salida son una muestra más de las actitudes que ponen en jaque el trabajo constituyente. Peor aún, agudizan la distancia con una ciudadanía que espera cambios importantes en su relación con el poder.

Esta actitud se suma a otras dinámicas que se han vuelto dominantes al interior de la instancia. Improvisación; guerras facciosas y de ego; desprecio por la crítica de buena fe y la evidencia comparada; exclusión de ciertos puntos de vista; vetos. Así, suma y sigue, esa política ensimismada perpetúa su lejanía con la sociedad.

Reconstruir legitimidad es un nudo crítico y debiera concentrar los esfuerzos de los convencionales. Esta legitimidad opera nada menos que como el combustible de la política. Siempre es posible revertir el rumbo, pero para ello se requieren actores con voluntad de hacerlo. A tres meses del fin del plazo, cunde la amarga sensación de que el proceso desperdició una oportunidad tan trascendental como difícil de repetir.