Columna publicada el lunes 18 de abril por La Segunda.

Primera: la Constitución vigente, reformada y plebiscitada en 1989, y ampliamente modificada en 2005 —entre varios otros cambios en 30 años de democracia—, refleja los acuerdos y prácticas políticas del Chile posdictadura. No es el texto impuesto por “cuatro generales”. Es, con sus luces y sombras, la Constitución de la transición.

Segunda: por motivos políticos, ese pacto constitucional venía agonizando desde 2010-2011 (la Concertación dejó de creer en su propia obra; movilizaciones y descontentos sociales no encontraron respuestas oportunas ni suficientes, etc.). La legitimidad es dinámica: impugnada la transición, la Constitución tenía sus días contados.

Tercera: previo al estallido, el único esfuerzo serio de renovar aquel pacto fue el proceso constituyente que promovió Michelle Bachelet. Éste quedó inconcluso por la actitud reticente de la centroderecha, pero también —muchos lo olvidan— por la división interna de las izquierdas. Nunca lograron zanjar la pugna entre su ala reformista y su ala más radical.

Cuarta: el 18-O fue un día de violencia y destrucción, pero la reacción social sugería algo más, y ya el 25 de octubre era patente la magnitud de la crisis. Se requería una respuesta a la altura, aunque no necesariamente constitucional. Ante la impericia del expresidente Piñera y la presión de los alcaldes, esa ruta —la “vía de los hechos”— la impuso la oposición de la época, desde el PC hasta la DC (ver su declaración del 12 de noviembre). 

Quinta: el Acuerdo de noviembre fue recibido con alivio por moros y cristianos —y la masividad del Apruebo luego avalaría el horizonte de cambios—, pero en términos políticos esto fue más que un intento de salida a la crisis. Como advirtió Daniel Manusy, ese Acuerdo reveló un inédito e irregular traslado del impulso político desde La Moneda hasta el Congreso, derivado del vacío de poder que vivía el país. Ahí se incuba el parlamentarismo de facto.

Sexta: la Convención quizá sea diversa socialmente, pero —reglas ad hoc mediante— no representa bien la diversidad política del país. Para notarlo, basta examinar los recientes comicios parlamentarios y presidenciales. Este cuadro exigía responsabilidad y humildad, pero Loncon, Bassa y otros instalaron un proyecto de revancha (y de nicho). Por ahora, los ganadores son el PC y los otros colectivos que siempre quisieron eliminar el Senado y debilitar al Poder Judicial. 

Séptima: el resultado del plebiscito es incierto, pero el proceso parece atrapado en un callejón sin salida. Sepultó la transversalidad del Acuerdo constitucional y del Apruebo, no generó nuevos consensos y amenaza con dividir a la sociedad chilena. Todo esto es como un boomerang que volverá al Presidente Boric. Él, más que nadie, necesita un plan B.