Columna publicada el jueves 28 de abril de 2022 por Ciper.

Una viajera inglesa recorre la zona central de Chile a principios del siglo XIX. Esta república jovencísima todavía no tiene un orden político demasiado asentado, y la guerra contra España la ha dejado en condiciones económicas precarias. Los caminos, que deben transitarse a lomo de mula o en calesas incómodas, no están en el mejor estado. Pero eso no es impedimento para esta mujer que, recientemente viuda, tiene un deseo voraz por conocer aquel rincón de América. La visita da como resultado una de las publicaciones más célebres acerca de este país recién independiente, el Diario de mi residencia en Chile en el año 1822, de María Graham.

Este 28 de abril se cumplen doscientos años desde que Graham comenzara a escribir su DiarioPublicado en Londres en 1824 y traducido al castellano a comienzos del siglo XX, el libro ha sido una importante fuente documental para conocer la mirada extranjera sobre los primeros años de la institucionalidad republicana chilena. Y aunque han sido especialmente célebres los fragmentos donde esta viajera relata sus encuentros con O’Higgins y Cochrane, o su experiencia del terremoto que desoló la región de Valparaíso a fines de ese año, el texto es una fuente notable de las impresiones de alguien que observó desde fuera las tradiciones, costumbres y caracteres que componían la vida social de un Chile que hoy se ve muy lejano. Sus recorridos por Valparaíso y Santiago, y las decenas de pueblos y atractivos de sus alrededores (las termas de Colina, la [ex] laguna de Aculeo, los hornos de Melipilla, los huasos de El Monte, entre otros) dan cuenta de un país rural y prosaico. Es una geografía reconocible para cualquier lector nativo, a pesar de que dos siglos de cambios demográficos y climáticos parecen haber arrasado inquietantemente con bosques y lagunas.

La mirada de Graham está cruzada por su condición de europea: tiende a ver aquí atraso y barbarie. «Todo está tan retrasado en relación con las comodidades y adelantos de la vida civilizada», afirma a los pocos días de haber desembarcado en Valparaíso. Sin embargo, hay una materia prima que le permite sentirse optimista: «Estoy predispuesta a tener una excelente opinión del carácter y disposición de los habitantes: son francos, alegres, dóciles y valientes, y estas cualidades de seguro son parte de la formación de buenas personas, una nación que llegará a ser algo». Graham es una mujer de alta sociedad, y cuyo contacto con los chilenos está mediado por su condición de viuda de un alto oficial de la marina británica; aunque, esa entrada no impide que su mirada se dirija a todos los segmentos: intenta conocer los distintos rincones urbanos, y conversa con todos quienes se cruzan en su camino, sean campesinos o miembros de las élites.

Su Diario apareció acompañado de un Bosquejo de la Historia de Chile, lo que hizo que este texto se leyera en su época casi exclusivamente como un documento histórico. Sin embargo, una de las dimensiones más interesantes (y actuales) está en su manera de expresar una mirada particular y marcadamente subjetiva: la de una mujer extranjera que observa desde fuera una nación en construcción. Hay prejuicio en su mirada —¿quién no los tiene?—, pero también una sana distancia que permite ponderar y medir el proyecto nacional en ciernes. Por esas casualidades del tiempo, Graham tiene la experiencia de ver en funcionamiento a la Convención Constitucional que deliberaba durante su visita a Santiago:

«Quedé muy complacida con mi visita a la Convención y me retiré con el deseo de que pronto el país tuviera un gobierno estable cimentado sobre bases más firmes y más fecundas que las que me había permitido imaginar. A mi juicio, se ha avanzado mucho hacia el progreso.»

Cuesta no preguntarse qué diría una viajera extranjera visitando hoy nuestra propia convención, con sus dificultades y tensiones. El resultado de lo que ella vio, sin embargo, no fue demasiado exitoso: la Constitución de 1822 provocó reacciones que desestabilizaron la precaria situación chilena. En medio de una batahola que ella observa desde fuera, Graham empatiza con O’Higgins (quien al poco andar se verá obligado a partir a su exilio peruano).

El tiempo de María Graham es todavía un tiempo de épica, de descubrimiento y de sed por el conocimiento. En cierto sentido, su mirada comparte las inquietudes de Humboldt, Gay o Domeyko; entre otros quienes a lo largo de ese mismo siglo observaron la naturaleza de nuestro país, anotaron sus características y recolectaron muestras que permitirían una clasificación más exacta del mundo que querían descubrir. Esa mirada naturalista busca conocer aquello que todavía estaba tras una bruma, pero también encontrar materias primas y geografías que posibiliten un mayor desarrollo económico. La escritura de Graham, afortunadamente combina la precisión y el detalle con una subjetividad capaz de identificar lo atractivo de los distintos personajes, costumbres y tradiciones de aquellos territorios que recorre, siendo esto último lo más característico de su mirada.

«Han transcurrido muchos días y aún no tengo la voluntad ni la capacidad para retomar mi diario», dice esa primera anotación de su texto, realizada hace doscientos años. Afortunadamente para nosotros, Graham recuperó el entusiasmo y nos legó un registro vívido y atractivo sobre un Chile que se fue. Dos siglos no han anquilosado su texto, que es todavía una ventana para acceder a un mundo que hoy ya no existe, pero que no deja de ser parte de lo que somos. Los años transcurridos son una excusa perfecta para releer el Diario de Graham y recorrer nuestra idiosincrasia y nuestra geografía desde los ojos de esta viajera inglesa.