Columna publicada el domingo 20 de marzo de 2022 por La Tercera.

¿Cometió un error la Ministra del Interior al intentar poner un pie en Temucuicui? Según los más que dudosos especialistas en protocolo mapuche, claramente sí. Resulta que si uno visita una comunidad sin el visado lonkal necesario, es obvio que te reciban a tiros: regla número uno del manual de Carreñolef. Según casi toda la prensa, también: Siches estaba avisada de los riesgos por Carabineros y hubo fallas evidentes de coordinación y logística. De acuerdo, por último, a la propia ministra, sin duda: ella parece haber estado convencida de que los sentimientos de la izquierda Ávatar por los comuneros mapuches eran recíprocos. Pero el tronar de cañones -que no respetó ni siquiera el piadoso despliegue del emblema indígena- acabó con la ilusión, aclarando que no todo el que diga “wallmapu, wallmapu” podrá entrar al reino.

Sin embargo, no todo error de juicio es un desacierto político. Intenciones y resultados tienen una relación complicada. Y la temeraria acción de la ministra Siches la dejó, al final del día y sin pretenderlo, con más cartas en la mano que las que tenía antes. Esto, porque los extremistas de la contraparte no pudieron jugar a la víctima esta vez: el costo de repeler a la fuerza a la segunda autoridad de gobierno fue dejar en evidencia tanto la radicalidad teórica y práctica del grupo que controla Temucuicui, como el aparato de propaganda que normalmente utilizan para escabullirse de la opinión pública. No sólo la ilusión de la ministra y su entorno político resultó rota, entonces, en la escaramuza: el irreflexivo hechizo indigenista que se venía arrastrando desde el estallido social de 2019 -y que la Convención ha intentado elevar a nivel de dogma- sufrió un duro golpe.

El primer elemento, el de la radicalidad, comenzó a quedar expuesto por la sola constatación práctica de que al ministro del interior le es denegado el acceso a un rincón del territorio chileno, bajo amenaza física. Una cosa es pensarlo, otra es presenciarlo. Luego vimos aparecer a un lonko reclamando una especie de soberanía feudal sobre dicho rincón y llamando al orden a Marcelo Catrillanca, quien se mostró literalmente avasallado, culpando a la ministra cuando él mismo la había invitado a su casa. Ahí nos dimos cuenta de que las libertades civiles básicas consagradas en la actual Constitución parecen no regir dentro de Temucuicui. Es decir, estaríamos frente a algo así como otro país -no democrático, por cierto-, que es lo que afirmó la convencional Rosa Catrileo para justificar el tiroteo. Y eso nos lleva al segundo tema: la exposición del aparato de propaganda.

Como todos saben, la estrategia zapatista para obtener control del territorio ocupado en Chiapas fue una mezcla de fusiles y buena prensa, pero especialmente lo segundo. El subcomandante Marcos era casi Lennon y casi Lenin. Lograrlo exigió montar un aparato de propaganda orientado a generar un efecto dominó de prestigio mediático, que luego se alimenta solo. Si logras posicionarte como víctima ancestral inocente, todo lo demás, hasta Rage Against the Machine, vendrá por añadidura. En el caso del radicalismo mapuche, dicho aparato lleva años montándose. Para identificarlo basta revisar la red de “información alternativa” que se activa en redes sociales cada vez que un hecho de violencia es cometido por grupos mapuches extremistas, o cuando alguno de sus combatientes resulta abatido: ellos siempre son inocentes, el Estado y/o los civiles afectados siempre son culpables. “Sí, le quemaron la casa, pero…”. Y luego algún intelectual activista aparece con equivalencias chomskianas tipo “no te vi reclamar por las rucas quemadas en la pacificación”.

Este frente mediático venía con problemas por el caso Luchsinger Mackay -donde también tuvieron que defender lo indefendible- y los hechos brutales asociados con la operación de grupos criminales -incluyendo narcotraficantes- en la zona. Todo muy poco EZLN. El indigenismo octubrista les dio oxígeno, pero haber recibido a tiros a la ministra Siches, que pone de inmediato bajo otra luz las propuestas de autonomías indígenas de la Convención, bien puede ser un punto de quiebre comunicacional. Y si la opinión pública retira el cheque en blanco y nota, además, que la mayoría de los mapuches no comparte los ideales etnonacionalistas extremos, a los grupos radicales se les vendrá la noche encima. Penumbra en medio de la cual poder negociar directamente con Interior se volverá mucho más atractivo y necesario de lo que les parece hoy.