Columna publicada el lunes 3 de enero de 2022 por La Segunda.

Uno de los mitos fundantes del mundo político moderno es la idea de un pacto o contrato social. La imagen, por supuesto, no surge de la nada: la convivencia pacífica exige un grado mínimo de consentimiento ciudadano. Sin embargo, este mito oscurece la raíz última de la autoridad, a saber, la necesidad de gestionar las dificultades de coordinación y los asuntos comunes inherentes a la condición humana. El punto quizá parezca demasiado abstracto, pero repercute decisivamente en la legitimidad política. Esta depende de elementos simbólicos y del compromiso con la justicia —con los derechos humanos, diríamos hoy—, pero también de resolver con eficacia los problemas públicos.

Todo esto guarda directa relación con los principales nudos del nuevo gobierno. Una de las tentaciones más visibles del entorno de Gabriel Boric es apostar todas sus fichas en la dimensión simbólica. Es cierto que la nueva izquierda se mueve con comodidad en esa cancha —el carisma de Boric ayuda en eso—, y sin duda se trata de un aspecto fundamental del quehacer político. Baste recordar que Michelle Bachelet tocó fondo luego del caso Caval y que uno de los graves errores del piñerismo fue minusvalorar ese plano. No obstante, para gobernar el Chile actual los símbolos no son suficientes, sobre todo considerando la acumulación de crisis política, sanitaria y económica en curso.

Es verdad: si Piñera naufragó fue en gran medida por su excesiva confianza en la gestión, como si la política consistiera sólo en la administración de las cosas; como si el factor humano, la narrativa y la épica fueran irrelevantes. Pero el Frente Amplio padece el riesgo inverso, esto es, la tentación de creer que la expertiz, el oficio y la experiencia en el aparato burocrático son secundarios. Nada de esto se ha afirmado de manera expresa, pero fue muy reveladora la extravagante idea de establecer “anillos de poder” o “círculos concéntricos”, como si se pudieran fijar límites a priori: a lo más subsecretarías para tal partido, máximo jefaturas de servicios para tal otro. ¿Existirá real conciencia sobre los enormes obstáculos e inconvenientes que supone conducir la nave del Estado?

La interrogante conecta con la misión más inmediata de Boric, que es la conformación de su gabinete. Hasta donde sabemos, la nueva izquierda carece de figuras indiscutidas para Interior, Hacienda, Defensa y Relaciones Exteriores. No es poco: son las carteras responsables de llevar adelante las tareas básicas del Ejecutivo, ahí donde se perfilan —parafraseando a los clásicos— las necesidades existenciales del cuerpo político.

Es claro que el Boric de primera vuelta difícilmente podría sortear con éxito este desafío. La pregunta es si el Presidente electo tiene la llave.