Columna publicada el jueves 27 de enero de 2022 por La Tercera PM.

Mucha gente en la derecha parece pensar que el tono conciliador y moderado del gobierno entrante es simplemente una farsa orientada a facilitar la aprobación de la propuesta constitucional de la Convención. Esto tendría sentido, ya que bajo las actuales condiciones institucionales sería muy difícil hacer cambios radicales, y sin duda el sólo impulsarlos encendería numerosas alarmas y unificaría a la oposición. Una vez aprobada la nueva Constitución, propuesta por una Convención dominada por la izquierda, las cosas cambiarían. Y la revolución levantaría cabeza.

El show de moderación política y ondismo estético actual sería, desde esa perspectiva, una cortina de humo a través de la cual las balas comenzarían a zumbar después. La movida sería magistral, pues mantendría dividida a la oposición y confundido al empresariado, hasta poder darles un zarpazo frente al que no puedan reaccionar. Boric querría que no le tuvieran miedo no porque no haya razones para temerle, sino por el mismo motivo que algunos animales deben ser acabados con un solo y sorpresivo golpe: el terror estropea la calidad del corte.

Quienes están convencidos de esto, repasan las costuras de las múltiples entrevistas y acciones públicas llevadas adelante por los agentes del nuevo gobierno, buscando hilachas y rendijas que hagan visible el verdadero plan. En las contradicciones respecto a los violentistas procesados, las arrancadas altaneras de Giorgio Jackson o el extraño tono amigable de Camila Vallejo, así como en la inexplicable vuelta de carnero general respecto a los “treinta años”, ven indicios de lo que viene. Y en el flujo constante de locuras y maximalismos de la Convención ya no ven indicios, sino certezas sobre un futuro impulso de extrema izquierda. Estaríamos en la calma que precede la tormenta. El mar recogiéndose en silencio previo al golpe brutal de un maremoto.

Esta tesis de la cortina de humo no carece de fundamento. Jorge Schaulsohn ha argumentado persuasivamente en favor de ella. Sin embargo, hay tres factores que deberían ser tenidos en cuenta antes de comenzar simplemente a asumirla como una certeza.

El primero es el elemento caótico de la acción política. Especialmente de la política democrática. La izquierda no es un bloque monolítico gobernado por una racionalidad superior. Ningún sector político lo es. Incluso si el plan señalado existe, ponerlo en marcha resulta mucho más complicado de lo que parece. Cualquier sucesión de eventos políticos que dependa de la coordinación a lo largo del tiempo de muchos actores, así como de cadenas causales demasiado claras y rígidas, es probable que vuele por los aires al poco andar, tanto por factores internos como externos. ¿Qué pasa si Boric es efectivamente más moderado y no pretende buscar la revolución? ¿Qué pasa si Vallejo es más leal a su proyecto generacional que al PC? ¿Qué pasa si comenzara otra pandemia? ¿Si el precio del cobre se desploma? ¿Qué pasa si la Convención es mucho más una bolsa de gatos de lo que pensamos, y su propuesta final es más impredecible de lo que parece? Después de los últimos cuatro años, cualquiera que pretenda prospectar muy lejos parecerá delirando.

El segundo, relacionado al primero, es la inercia del poder. En política cuesta mucho disfrazarse de algo sin convertirse en aquello simulado. ¿Por qué abandonar una posición que rinde frutos y cosecha aplausos? ¿Por qué arriesgarla? La búsqueda de gloria temporal actúa, decía Agustín, como un factor ordenador del poder. Un problema de la política gramsciana es que cuando el revolucionario se viste de otra cosa, suele convertirse en otra cosa. ¿Querrían Boric y sus amigos arriesgar su prestigio y credibilidad si las cosas, en su versión “moderada”, les juegan a favor? ¿Por qué lo harían?

El tercero es el problema de las profecías autocumplidas. Si se asume simplemente la tesis de la cortina de humo y se actúa desde ya en base a ella, las acciones que se emprendan podrían terminar colaborando a generar el escenario sospechado y temido. Tratar de arrinconar a la versión moderada de Boric y sus amigos, ¿no los empuja a abrazar la otra versión de ellos mismos?

En suma, creo que quienes se estén aventurando en esta tesis deben sofisticarla lo más posible, fijando indicadores y líneas rojas, pero también poniendo en juego los factores señalados. Asumirla como verdad inmutable, en cambio, me parece muy riesgoso: una receta para perderse si las cosas cambian.

Un buen campo de entrenamiento para darse cuenta de que todo siempre es más enredado de lo que podría parecer es estudiar la bibliografía sobre la conversión del emperador Constantino al cristianismo. Se puede partir con las explicaciones clásicas, con causalidades claras y fines definidos. Sinceridad (Gibbon) o insinceridad (Burckhardt). Y luego seguir internándose en la literatura hasta el corazón de las tinieblas en las que ocurre la acción humana.