Columna publicada el lunes 27 de diciembre de 2021 por La Segunda.

Es tentador explicar una derrota a partir de una supuesta causa única, sin embargo, los fenómenos políticos responden a múltiples factores. 

Así, sería tan absurdo reducir los problemas de las derechas a José Antonio Kast como negar los defectos de su candidatura. Entre otros, su aproximación benevolente a la dictadura —el antipinochetismo mostró más vigencia que el anticomunismo—; los exabruptos, fake news y dichos impresentables de algunos diputados electos por los republicanos; y la renuncia a canalizar el anhelo de cambio y seguridad en las distintas esferas de la vida (de orden público, sí, pero también de protección social). 

No obstante, JAK ganó la primera vuelta y luego obtuvo una cantidad de votos similar a la de Sebastián Piñera en su categórico triunfo de 2017. Que hoy, pese a la derrota, tal votación parezca digna e incluso inesperada exige interrogar qué pasó entre ambos balotajes. 

En lo inmediato, la centroderecha se desfondó después de una primaria que prometía revitalizarla. Se discute hasta qué punto Sichel tuvo una falla de origen al no integrar a los partidos y hasta qué punto ellos lo traicionaron. Como fuere, el exministro debía encarnar un cambio profundo, pero sin descuidar al votante de derecha tradicional, y en ambas tareas reprobó (no era suficiente apelar a su biografía y moderación no es lo mismo que progresismo).

En una perspectiva más amplia, Sichel sólo siguió la senda de Piñera II. La llegada del Frente Amplio a La Moneda es el corolario de un proceso que —más allá de la exitosa vacunación masiva— se remonta a la borrachera electoral, al olvido de la “clase media protegida” y a la incapacidad de conducir la crisis de octubre. Extraños tiempos mejores. 

El reto ahora será articular una oposición firme y eficaz pero justa, capaz de colaborar donde se pueda. Esto requiere diálogo político y social, renovación generacional, trabajo territorial e intelectual y una estrategia realista.

Con todo, el mayor desafío del centro y la derecha continúa siendo delinear un horizonte de cambios sociales significativos, creíbles y coherentes, que asuma las prioridades ciudadanas y ofrezca un camino de esperanza al respecto. Es decir, un proyecto de transformaciones desde su propio ideario, que apunte a disminuir el costo, inestabilidad e incertidumbre de la vida personal y familiar.

Ese proyecto alternativo será indispensable para enfrentar a la nueva izquierda: ya no basta con reaccionar. Si, como decía Gonzalo Vial, ser de derecha supone desconfiar de las revoluciones, apostar por un reformismo decidido es una obligación política y moral. 

* Esta columna resume un documento más extenso, que busca aportar seis notas preliminares a la reflexión y autocrítica de la futura oposición.