Columna publicada el martes 14 de diciembre de 2021 por The Clinic:

“El acoso es un abanico amplísimo, casi infinito de acciones”, explicaba pocos días atrás el diputado Gonzalo Winter. De qué acción dentro de ese amplísimo abanico se había acusado al candidato presidencial Gabriel Boric no nos podríamos enterar, proseguía, “por protocolos que ha creado el movimiento feminista, en buena hora”. Quien observara a este y otros voceros de Boric, no podía sino constatar que la acusación los puso en una situación imposible. Tenían que restarle importancia para que el candidato no se vea manchado, pero tenían que tomar la acusación lo suficientemente en serio como para no romper con el tipo de feminismo en que se han inspirado. Algún hábil equilibrista podría tal vez moverse por esta delgada cornisa. Para la mayoría fue un imposible.

De la situación están saliendo finalmente por un comunicado de quien había hecho la acusación inicial. Pero en el entuerto, por mucho que lo aprovechara la contraparte, se habían metido solos. En efecto, toda una mirada sobre el abuso y sobre la relación entre los sexos les estalló en la cara. Por años se había cultivado la cultura del #yotecreo, se menospreció la presunción de inocencia y el debido proceso como herramientas del patriarcado, se ignoró el fenómeno de las denuncias falsas. Emilia Schneider, por ejemplo, en ese momento vocera de la toma feminista de la Universidad de Chile, afirmaba el 2018 que “el debido proceso y la presunción de inocencia no toman en cuenta la desigualdad en razón del género”. Declaraciones como ésta horadaban un pilar básico de la justicia, pero ninguna voz de su mundo se alzó en respuesta. Como en otras materias, al Frente Amplio se le acabó ahora devolviendo el boomerang que antes lanzaba contra el resto de nuestra cultura.

Junto con los problemas que enumeramos se encuentra la tendencia a nivelar las diferencias relevantes dentro de ese “abanico amplísimo” del que hablaba el diputado. Se trata en realidad de un elemento central de toda la cultura victimista: el elevar todo tipo de acto reprobable al mismo nivel punible. El punto se puede iluminar comparando la cultura victimista con las culturas del honor y de la dignidad. En las culturas del honor no dejamos pasar nada que toque nuestro nombre, cada ofensa acaba en un duelo. En las culturas de la dignidad, en cambio, son pocas las ofensas a las que se les da importancia, y ésas se resuelven no con un duelo sino en tribunales. La cultura victimista reúne elementos de esas dos culturas rivales: ha vuelto a instalar un rango infinito de ofensas, como en la cultura del honor, pero para su resolución invoca la autoridad, como en las culturas de la dignidad. 

Sería equivocado, sin embargo, concluir de ahí  la simple necesidad de volver a una cultura de la dignidad, donde gente de piel más gruesa tolere un rango mayor de maltratos. También esa cultura requería de corrección, como es manifiesto en el trato dado hacia las mujeres. La cuestión, con todo, es cómo se da esa corrección. Las faltas de una cultura de dignidad se corrigen tomando en serio toda denuncia, empatizando con quienes las realizan. No se corrigen tomando toda denuncia a priori como verdadera –ninguna denuncia merece eso–, ni nivelando piropos, machismo y acoso como cosas comparables. Si este episodio lleva a que el Frente Amplio asuma esta lección, en buena hora. Pero si estamos ante un genuino aprendizaje, sería bueno explicitar cuáles son los estándares de prueba con que se debe cumplir. Solo así sabremos que las mismas reglas valen para todos, en lugar de dar la impresión de que hay funa para el patriarcado y debido proceso para el compañero.

Ahora bien, si el concepto de dignidad sirve de contraste para la cultura victimista, de él se siguen también consecuencias bien severas respecto de cómo la campaña de Kast ha usado este episodio. Después de todo, pocas cosas parecen tan incompatibles con un trato digno como el intento por destruir la reputación del adversario con acusaciones de abuso. Por lo demás, validar todo tipo de tropelías por redes sociales es el suicidio de cualquier conservadurismo, y manifiestamente acaba reforzando esos elementos de la cultura circundante, como el victimismo, que los conservadores dicen querer rechazar. Si según la acusadora hubo “actitudes machistas”, para ciertos seguidores de Kast es confirmación de que hubo acoso: también ellos, así, nivelan todo. Si la campaña de Boric es aquí víctima de una cultura que ella misma ha respaldado, la de Kast ha mostrado una vez más su riesgo de ser no una alternativa, sino el reverso de la cultura que denuncia.