Columna publicada el domingo 14 de noviembre de 2021 por La Tercera.

Nuestra política vive tiempos difíciles. En medio de una profunda crisis política y social, en lugar de ofrecer proyectos colectivos para convocar grandes mayorías, en general nuestros representantes parecen dar palos de ciego. Es como si estuvieran sumidos en una dinámica perniciosa de la cual no logran escapar: desesperados por encontrarse con una sociedad de la cual se desvincularon, ensayan distintas estrategias de acercamiento que, sin embargo, no hacen más que profundizar su distancia. Por más que se aferren al eslogan de “escuchar a la gente”, su sordera es reproducida una y otra vez. No están desplegando ningún esfuerzo interpretativo, sino simplemente apostando a ver si algún recurso, el que sea, les permite mantenerse por un ratito más en la cumbre, antes de la caída definitiva. Nadie está dispuesto a aceptar que volver a escuchar no es apenas darse la vuelta y rendirse a demandas que circulan en el ambiente, sino un trabajo de largo aliento que ayude a reparar los lazos rotos. Eso exige oídos, pero también cabeza; para identificar, pero sobre todo para proponer a la ciudadanía caminos en torno a los cuales pueda volver a encontrarse.

Pero estamos lejos de ese escenario, y la performance de la izquierda esta semana es una triste prueba de ello. Con sus pretendidas épicas y republicanas acciones en torno a la acusación constitucional y el cuarto retiro, ilustró con trágica claridad su desorientación. Una vez aprobada la acusación al presidente Sebastián Piñera –con un texto que sirve más para constatar el desprecio de sus detractores que para justificar la iniciativa– voceros de la izquierda se mostraron orgullosos de haber unido por fin al sector. Pero ¿dónde reside esa unidad? El rechazo al primer mandatario podrá ser convocante –sobre todo pensando en los réditos electorales–, pero está lejos de constituir un eje articulador de largo plazo. Las 1300 páginas del discurso pronunciado por el diputado Naranjo lo confirman, tan generoso al describir la problemática trayectoria del presidente, como al momento de ilustrar el vacío de ideas y proyectos compartidos. Algo que tampoco existe detrás de la agenda del cuarto retiro de fondos previsionales, que fracasó, hasta nuevo aviso, durante esta semana. Convertido en el caballo de batalla de la candidatura de Yasna Provoste y amparado por Gabriel Boric en un cambio de decisión que aún no logra explicar, el proyecto intenta vestirse de iniciativa al servicio de los más pobres. Pero la farsa es evidente, y hasta el senador Jorge Pizarro reconoció que no hay mucho más que oportunismo electoral en esa apuesta. ¿Esa es la unidad de la izquierda? Poco durará entonces, pues encontrarse en torno al desmontaje de un sistema no abre tampoco ningún proyecto duradero. Excepto asegurar un par de escaños en el Congreso, antes de que se instalen definitivamente las ganas de que se vayan todos.

A más de dos años de la crisis más profunda desde el retorno a la democracia, nuestra política, con muy pequeñas excepciones, parece igual de perdida y ensimismada. Esta semana el protagonismo fue de la izquierda, pero el oficialismo ha tenido sus propios capítulos para probar que es la clase política completa la que permanece sumida en la misma abismante distancia que evidenció el estallido. La única diferencia es que han reemplazado la incapacidad de escuchar, por la renuncia a pensar. Está por verse cuáles serán las consecuencias de ello, pero todo indica que ya no tenemos margen de error.