Columna publicada el lunes 29 de noviembre de 2021 por La Segunda.

Según Max Colodro, nuestra crisis no se entiende sin la creencia —cada vez más explícita en ciertos círculos opositores— de que la derecha posdictadura carece de legitimidad para gobernar. En su libro “Chile indócil” (Tajamar, 2020), Colodro denuncia un problema tan político como sicológico, cuyo origen sería un viejo “fracaso estratégico”: el frustrado derrocamiento del régimen, una “derrota victoriosa” consolidada por el triunfo del No y la transición pactada. Esta “institucionalización del trauma” habría salido a la superficie luego de producirse la alternancia en el poder, con el arribo de Piñera a La Moneda en 2010. Si se quiere, todo lo que viene después admite ser leído desde ese prisma: la abdicación de la centroizquierda frente al movimiento estudiantil, las múltiples acusaciones constitucionales que ha sufrido esta administración y, por supuesto, la complicidad activa o pasiva con la violencia posterior al estallido de octubre.

Me temo que diversos hechos recientes abonan la tesis de Colodro. El primero y más evidente consiste en las agresiones físicas perpetradas contra José Antonio Kast. Fue muy revelador el incidente de Lo Espejo, donde una de las afectadas fue la asesora de prensa del exdiputado (con seis meses de embarazo). Pero tanto o más grave ha sido la celebración pública de esos ataques. Por mencionar apenas un ejemplo, la activista y excandidata opositora Claudia Dides alabó aquel episodio en sus redes sociales sin ningún pudor: “kkkkkk no puedes estar en cualquier parte. Nuestros derechos y libertades las defendemos [sic]”.

Cabe mencionar, además, las furiosas reacciones al (previsible) apoyo de Evópoli a la candidatura de Kast. Aunque ese partido fue muy cauto —a diferencia de la DC con Boric—, no sólo restándose a priori de un eventual gobierno de JAK, sino también recordando sus diferencias con él e impulsando cambios en su programa, la condena del progresismo ambiente ha sido implacable. Porque acá no se trata de una mera discrepancia abierta al diálogo y el debate político, sino de otra cosa: para muchas almas bellas, hoy sólo es moralmente aceptable votar por Gabriel Boric.

Es sabido que Kast y su órbita han recibido críticas muy justificadas (varias de ellas subrayadas en estas mismas páginas). Pero existe un abismo entre constatar ese hecho y asumir que, ante una elección tan compleja e incierta como la actual, hay una sola alternativa lícita. Si, como se repite hasta la saciedad, el desafío es “salvar la democracia”, urge rehabilitar algo tan básico como la tolerancia al disenso político. Y de cara al balotaje, eso exige aceptar que —con independencia de las preferencias de cada uno— quien obtenga más votos será el legítimo Presidente de la República de Chile.