Columna publicada el martes 2 de noviembre de 2021 por La Segunda.

Más allá de los errores de Sichel, su comando y los partidos, la caída del primero debe ser puesta en una perspectiva más amplia. Pronto se cumplirán cuatro años del macizo triunfo del candidato Piñera, entonces flanqueado de Kast a Kast. Hoy, en cambio, abundan las peleas facciosas y se augura un desastre electoral. ¿Cómo explicar este desfonde?

Al explorar esa interrogante, destacan la responsabilidad de Sebastián I y Sebastián II. En lo inmediato, el mensaje del ganador de la primaria de Chile Vamos devino en algo así como un revival de Amplitud. En vez de enfatizar de modo constructivo una visión sobre la historia reciente, la agenda socioeconómica o las causas del malestar, su apuesta fue caricaturizar despectiva y sistemáticamente a quienes abrazamos una mirada conservadora o socialcristiana.

Ese y otros desaciertos pueden ser leídos como la reiteración y, más aún, la consolidación del (anti) proyecto piñerista. Mal que nos pese, bajo este mandato ya habíamos sufrido la confusión entre moderación y progresismo, pero no sólo eso. También la falta de prioridad del eje social, los conflictos con los partidos, la reducción del centro de mando a un estrecho círculo de confianza personal y, en fin, el pragmatismo sin sello propio. Nada nuevo bajo el sol.

Después de las primarias algunos creímos, quizá ingenuamente, que las cosas cambiarían: se anunció una renovación generacional y una convergencia de tradiciones. Sin embargo, las dificultades se repitieron y hasta agudizaron. El fenómeno Sichel sugiere que la alianza del centro y la derecha padece una inercia decadente imposible de romper sin una reconstrucción de largo aliento. No hay atajos.

Pero, precisamente por lo mismo, no es llegar y cambiarse de caballo. Es esperable —aunque el progresismo se irrite— que muchos votantes de centroderecha ya prefieran a quien consideran más competitivo ante el Frente Amplio y el PC. Sin embargo, los dirigentes políticos de RN, la UDI y Evopoli no son meros votantes. Ellos tienen un compromiso con su coalición y deben velar por el futuro del país.

Todo esto supone evaluar condiciones y no simplemente apoyar ex ante a José Antonio Kast en el balotaje. Sin ir más lejos, la protección del modelo democrático occidental —el mismo que se defiende ante el “negacionismo” y otros excesos— exige revisar con lupa varios aspectos institucionales del programa original de JAK. Por ejemplo, sus curiosos campos de formación cívica, la clausura del INDH, el cierre de Flacso, la ampliación del Estado de emergencia y las sanciones a ciertas ONG.

Quizá nada de esto sea insalvable —ya sabemos que los programas se modifican—, pero urge enfrentar el problema y pensar más allá de diciembre. A fin de cuentas, el cortoplacismo sólo condujo a tiempos peores.