Columna publicada el lunes 22 de noviembre de 2021 por La Segunda.

Si recordamos esa vieja idea de raíz aristotélica según la cual las percepciones ciudadanas son el primer material del político, es lógico que el oficialismo ahora apoye a José Antonio Kast. Al octubrismo —el gran artífice y derrotado de ayer— le cuesta aceptar el disenso, pero es un hecho que los votantes de centroderecha terminarán optando masivamente por el candidato que puede vencer al Frente Amplio y el PC.

Por eso y por lo que está en juego —un posible contrapeso a las tendencias políticas instaladas desde el 18O—, muchos dirigentes de Chile Vamos ya han señalado “no me pierdo” de cara al balotaje. La pregunta, sin embargo, es cómo articular una relación que resulte virtuosa tanto para la disputa presidencial como para RN, Evopoli y la UDI. La tentación de una borrachera electoral está a la vuelta de la esquina, pero ese sería un camino seguro al fracaso (y si alguien tiene dudas, puede revisar los graves errores del piñerismo al respecto).

En ese sentido, el mejor aporte que podrían ofrecer los partidos oficialistas no es un respaldo complaciente o incondicional, sino promover un auténtico diálogo político —una colaboración crítica— en beneficio del país. Esto supone desde luego destacar los mínimos comunes con el candidato del Frente Social Cristiano; tarea relativamente sencilla ante la distancia política, económica y cultural con la nueva izquierda. Pero un diálogo de esa índole también exige definir aquellos puntos del discurso y el programa del exdiputado UDI que urge cambiar, aclarar o flexibilizar, según el caso.

El problema de Kast, dicho sea de paso, nunca ha sido abrazar posiciones conservadoras o socialcristianas: esos debates son inherentes a nuestra época y el impulso conservador forma parte de la derecha. Las dificultades van por otro lado. Comienzan con apuestas programáticas tan descaminadas como cerrar ciertas instituciones o un Estado de excepción ajeno a cualquier estándar razonable. Y siguen con la falta de cuadros técnicos, rigor económico y una agenda robusta de reformas sociales, por mencionar un puñado de ejemplos relevantes.

Algo análogo cabe decir sobre los aprendizajes del Chile posdictadura. No se trata de imponer una mirada única sobre la historia reciente, sino de rehabilitar las lecciones básicas de tres décadas de democracia y de la propia centroderecha en materia de reconciliación y derechos humanos (me remito a la columna del lunes pasado en estas páginas).

Nada de esto es trivial. Para ser consistentes y competitivos, el mundo de JAK ha de abandonar aquellos planteamientos que tensionan los ideales de una república democrática. Al final, son precisamente esos ideales los que deberán reivindicar el centro y la derecha ante el revanchismo y el afán refundacional.