Esta entrevista, hecha por Rosario Zanetta, fue publicada en el quinto número de la revista del IES, Punto y coma (septiembre 2021). Compra la revista en nuestra tienda virtual entrando aquí.

Con el tono característico con que a diario informa a los auditores de Tele13 Radio y de Canal 13, el periodista Iván Valenzuela analiza en esta entrevista la situación del periodismo en medio del auge de las redes sociales. Aquí comenta cómo ha cambiado la forma de consumir información, plantea su preocupación por la calidad del debate y explica el desafío que supone informar en tiempos polarizados.

El día antes de esta entrevista, Lucas Valenzuela le comentó a su padre, Iván, que Brasil había decidido cerrar sus fronteras para evitar una mayor propagación del COVID-19. A pesar de vivir rodeado de noticias, el periodista y conductor de Tele13 Radio y Canal 13 desconocía ese dato. “Me dijo: ‘lo vi en Instagram’, que para mí no es un medio de noticias”, comenta Iván Valenzuela (55). El dato le suscitó varias preguntas: ¿cómo esa información había llegado hasta esa red social?, ¿quién era la fuente?, ¿qué había detrás? ¿Incluía algún análisis, o era sólo el titular? “De lo que hablamos cuando hablamos de periodismo es del procesamiento de datos y de convertir esos datos en información útil. Y me da la impresión de que eso está cambiando”, dice Valenzuela.

Se ha hablado mucho de la crisis del periodismo y de los medios en Chile. Hemos visto cierres de algunos medios escritos y un éxodo de la publicidad hacia otras plataformas. ¿Cómo ves la industria?
Es una obviedad decirlo, pero son tiempos difíciles. Llevo 30 años trabajando en medios y siento que siempre han estado atravesando una crisis, siempre han estado en problemas, pero este es un momento particularmente complejo. No sé cuánto tiempo pasó desde que surgió Napster, pero impuso la cultura de lo gratuito, de no pagar, y veo con alarma que quienes deberían estar empezando a informarse a través de los medios de comunicación lo están haciendo por una vía indirecta, a través de las plataformas. Esto me hace preguntarme si ese público va a seguir consumiendo información, si va a seguir funcionando el periodismo, o si su función social se va a poder seguir ejerciendo a partir de un modo tan distinto de consumo.

Si es que hay un cambio en la forma de consumir medios y a eso se suma la estrechez económica, ¿hacia dónde va la industria?
Yo partiría por lo importante: lo primero es la supervivencia y en eso el modelo de negocio tiene que cambiar. El caso australiano es súper bueno. Me da la impresión de que tarde o temprano en los gobiernos de todos los países —incluyendo el de Chile—, deberá existir la preocupación por cómo las grandes empresas multinacionales —que además tienen un problema tributario— colaboran con los medios de comunicación desde los cuales están extrayendo contenido.

Aun reconociendo esa tensión, ¿no te parece llamativo que tenga que ser el Estado o el gobierno de turno quien deba tratar de salvar un negocio en específico por un cambio en las reglas del juego?
Estamos frente a un fenómeno que es totalmente inédito. Facebook es mucho más que un medio de comunicación. A mí me da la impresión de que alguien tiene que regularlo de alguna manera para amortiguar o aminorar sus efectos perniciosos. Cuando Twitter le niega a Donald Trump la posibilidad de estar en su plataforma, que es una plataforma de comunicación media absoluta, no es baladí. Tenemos que preguntarnos si eso es funcional al correcto funcionamiento de la democracia, que es, por otra parte, el único medioambiente donde los medios de comunicación y el periodismo son posibles. Esa es mi preocupación. ¿Es funcional a la democracia que Donald Trump no pueda estar en Twitter y que eso no sea cuestionable por nadie porque a todos nos cae mal Donald Trump? Eso merece una regulación porque estamos frente a un modelo de funcionamiento que es inédito y que nos desafía con preguntas que son nuevas. Antes, ese poder no existía o había otro poder con el que luchar, que era el poder del Estado, la autoridad como censor. Incluso deberíamos repensar la definición misma de censura.

Tu diagnóstico es bien crítico respecto de la situación en la que están los medios hoy, al alero de las redes sociales.
Las redes sociales le están quitando la plata a los medios, y eso hay que regularlo. Ahí hay una fagocitación, un cierto parasitismo. Tiene que haber algo con los derechos de autor y la propiedad intelectual, eso es una cosa. Y dos, tiene que ver con el estatus industrial. No pueden asumirse solo como un negocio particular: Twitter o Facebook —que es el más masivo de todos— no son solamente negocios, no son solo empresas; son empresas de comunicación, de difusión.

Entonces la pregunta es por las implicancias que tiene el negocio de las redes sociales.
Creo que hay que hacerse la pregunta sobre si tienen límites o preguntarse por su autonomía como empresas privadas que ni siquiera tienen domicilio en Chile. Esa cuestión atiende a la estructura de negocios de los medios de comunicación y atiende también a la salud de la democracia, en términos de cuánto afectan o no sus decisiones precisamente a los estándares democráticos que requiere una República como la de Chile.

¿Hay conciencia de la magnitud de este problema en Chile?
No. ¡Si estamos discutiendo si le decimos hot dog o completo a la salchicha con pan! En un nivel la discusión es bien pedestre, pero sé que en el Gobierno se está hablando. Aunque me temo que, dado que todos los canales son privados, salvo la televisión pública, no creo que haya demasiado interés en algunos de decir, “vamos a hacer una ley para apoyar a Luksic o a Warner”. También puede haber ese prejuicio tonto. Pero si el dueño de Facebook fuera Andrónico Luksic, esto estaría regulado en Chile.

Hoy es Facebook, pero nada impide que en el futuro no sean muchas otras las empresas que afecten el funcionamiento de los medios…
Por supuesto, pero tienes que diseñar un modelo que te permita enfrentar eso. No es un problema chileno. En la campaña del año 2020 de Estados Unidos, Elizabeth Warren publicó en Facebook un aviso que decía que Mark Zuckerberg —no me acuerdo el contenido preciso— estaba a favor de la reelección de Trump, o algo por el estilo, cosa que era falsa. Pero ella lo publicó para comprobar un aserto del propio Zuckerberg que decía, “yo no puedo sacar una cosa, aunque sea mentira, porque el público tiene que decidir si es mentira o no”. Zuckerberg no cayó y no lo sacó. Pero si esto impacta de esta manera en la democracia, ¿cómo hacemos para regularlo de otra manera? Para que estas personas, que en la mayoría de los casos son controladores individuales, no tengan ese inmenso poder o que ese inmenso poder tenga algunos límites, algunos bordes.

¿No te parece que los medios han caído en la trampa de seguirle el juego a las redes sociales, replicando sus lógicas y dándoles más poder?
Por supuesto. Como me decía un periodista: “Facebook es el supermercado, no puedes estar fuera de las góndolas” y eso hicimos. No nos correspondía a nosotros impulsar la regulación, pero es cierto, nosotros colaboramos con esto. Si tampoco somos totalmente inocentes, lo que pasa es que estamos pagando el precio y el costo de que desaparezcan los medios tradicionales es muy caro.

¿Cuál es ese costo?
La función social del periodismo es dar la información oportuna para que los ciudadanos tomen decisiones y puedan controlar, fiscalizar, a sus autoridades, al Estado. Eso es lo que está en juego. Si no hay medios tradicionales, lo que va a haber es una fiscalización del tipo asambleístico, del tipo funa de Twitter. Cuando la información no está procesada por medios de comunicación como los hemos conocido, a mí me da la impresión de que el debate se empobrece.

En un futuro, ¿ves a un mundo sin medios tradicionales?
No, yo no me imagino que vayan a desaparecer, pero la posibilidad de pauperización del contenido está ahí latente y eso sí me parece preocupante.

UNA CUESTIÓN DE PROPIEDAD

A propósito de las campañas presidenciales, se ha hablado mucho de libertad de expresión, del derecho a la información y de la concentración de la propiedad de los medios, lo que repercutiría en una falta de pluralidad de líneas editoriales. ¿Qué te parece ese debate?
Viendo la manga ancha que ha habido respecto de la propiedad extranjera de medios en Chile, la discusión me parece un poco cínica. Dicho eso, creo que el mejor modelo es la libertad total de funcionamiento. Nada como la competencia por quién informa mejor. Pienso que mientras más autonomía hay y más libertad existe, el servicio para las audiencias es mejor. Si el problema es la generación de opinión, yo diría que, en un ambiente de redes sociales, las barreras de entrada para formar medios de comunicación y para participar del debate público han bajado mucho. Basta con una persona con un teléfono y un plan de datos para participar y eventualmente para influir. En ese escenario, me da la impresión de que no se puede hablar de concentración de los medios. Primero, resulta falaz; y segundo, no importaría tanto.

Daniel Matamala planteó en una columna que las sociedades pluralistas proveen de medios públicos. ¿Crees que son necesarios?
Pienso que los medios públicos dan una perspectiva que es útil para la sociedad. Por su naturaleza, por su diversidad de financiamiento, pueden abordar puntos de vista, materias, profundidades, que a los medios que están en la competencia les cuesta más llegar. Los medios comerciales tienen algunas dificultades para ciertas temáticas y pienso que los medios públicos de cualquier naturaleza, pero públicos y no gubernamentales, sí pueden tener una vocación especial para algunos temas que no estén bien representados o bien recogidos en los medios comerciales.

Pueden ser una contribución al contenido disponible…
Sí. Particularmente cuando la industria de medios no es tan robusta, como es el caso de Chile, donde no hay tantos, y tampoco es que gocen de una gran salud financiera. En ese panorama da la impresión de que un medio financiado públicamente puede tener una opción de servir mejor a las audiencias, pero todo depende —como siempre— de los detalles. De cómo esté regulado, organizado y dirigido.

¿Consideras que aquello que el público consume de manera masiva es periodismo de calidad?
Depende de lo que consideremos como masivo, pero no, yo creo que el periodismo de calidad está reservado a las élites, o sea, no reservado, pero está siendo consumido por las élites.

¿Exclusivamente?
Exclusivamente. Y desafortunadamente creo que los medios de comunicación caímos en el clivaje entre el pueblo y las élites, por decirlo con los términos de Pablo Ortúzar; y caímos del lado de las élites, no del lado del pueblo. Es muy compleja nuestra situación porque se observa un intento sistemático por derribar la autoridad de los medios tradicionales. Y ese es un fenómeno internacional, no solo chileno.

Entonces, ¿cómo vuelven a ganar confianza los medios de comunicación sin dejar a las élites? Porque me imagino que tampoco hay interés en abandonarlas..
Estamos en el entretiempo y vamos perdiendo 3-0. No sé cómo lo vamos a dar vuelta. Pero si esa es la meta, si hay que darlo vuelta, yo creo que primero tenemos que hacer mucha autocrítica respecto de cómo ejercimos nuestro papel antes.

¿En qué sentido?
En el sentido de que, igual que el resto del país, valorábamos y dábamos autoridad a opiniones de expertos sin determinados contrapesos. Descalificábamos la opinión de aquellos que pensaran distinto al tren mayoritario. Y segundo, tenemos que acostumbrarnos a esta nueva normalidad, por decirlo así, que implica un cambio en la forma, porque nuestros contenidos van a estar ahora en competencia ya no colgando del alambrito del kiosco, sino en un universo que no conocemos. Por otra parte, creo que hay una cosa en la que tenemos que seguir confiando, que es en la credibilidad, en la precisión de los datos, en el interés genuino por informar imparcialmente; me parece que imparcialmente es la palabra: con punto de vista, pero con buena fe. Creo que ese es el camino. En algún punto la gente se va a dar cuenta de que sí, que puede confiar en estos medios tradicionales.

La receta en este aspecto, entonces, es la misma de siempre: volver a los hechos, a la pretensión de objetividad…
No sé, por lo menos a la imparcialidad.

O a la justicia.
Al trato justo, sí.

¿Cómo se equilibra eso con un rol de los periodistas mucho más opinante? A uno le enseñaban que había que distinguir muy bien la opinión de la información. Hoy esas delimitaciones no existen, o se ven más difusas. ¿Cómo reclamamos volver a los hechos entonces?
Cuando el avión está en turbulencia cuesta harto que no se te de vuelta el jugo de naranja. Y lo que estamos viviendo ahora es una época turbulenta. Tengo la impresión de que muchos medios de comunicación han decidido darle voz a la persona para recuperar a la audiencia en el cortísimo plazo, para recuperar un cierto enganche. Subrayar las historias que hablan del malestar y darle pantalla a profesionales contratados por ellos que básicamente opinen o pontifiquen —si es que quieres ponerlo en términos negativos—, en consonancia con el punto de vista mayoritario. Me parece que esa es una receta que han buscado para reconectar, casi una herramienta de supervivencia, lo que no lo convierte en ilegítimo. Estamos, principalmente en la televisión, en un momento de populismo muy complejo. Estamos creando una cosa en la televisión que a mí me preocupa. Es cierto, estamos en una crisis económica, pero si uno estuviera en una isla desierta y solo hubiera televisión, me da la impresión de que la imagen del país que se llevaría es incluso peor que la realidad.

¿Han sido responsables los medios?
Sería súper fácil decir que no. Creo que quienes están al mando de los medios de comunicación hoy tienen que responder a dilemas nuevos, pero siguen respondiendo al dilema clásico: un numerito en una pantalla, que en el caso de la televisión se llama people meter, que es tu conexión con la audiencia.

Claro, cómo llego a la audiencia…
Cuando Chilevisión decide que el animador de su matinal se convierta en lo que se convirtió Julio César (Rodríguez), lo que está haciendo es decirle al público, “yo soy esto, yo soy un poco Julio César, yo soy el que permite que Julio César hable”. Chilevisión está diciendo algo de sí mismo cuando hace eso.

Es una declaración de principios a través del comunicador.
Exacto. No en los principios que declara el animador, sino en tenerlo. Y esa es una decisión básica de un medio de comunicación: quién soy para ser consumido, quién soy para tener el enganche con la audiencia.

¿Los dueños de los medios están privilegiando el negocio por sobre la información?
Permíteme poner en duda el sustrato de tu pregunta; es como si las cuarentenas fueran contra la economía. Yo no conozco ningún dueño de medio de comunicación que realmente esté en los medios de comunicación para hacerse rico. Primero, no se meten en el detalle, y segundo, no están para hacerse ricos.

Pero sí ganan influencia, ¿no? Por algo lo hacen.
Puede ser… No sé, tengo la duda. No es una apuesta por el negocio, sino por la supervivencia. Cualquier ejecutivo responsable de un medio de comunicación hoy lo que tiene que hacer es tratar de maximizar la utilidad porque es la supervivencia lo que está de por medio.

Hablabas antes de la función de los medios. ¿Cómo se conjuga esa función en contextos polarizados como los de hoy? ¿Cambia? ¿Cómo contribuyen los medios a un debate político que está muy crispado?
Pucha, con una receta que resulta contraintuitiva no más. Yo creo que un medio de comunicación puede legítimamente privilegiar voces y puntos de vista moderados por sobre los puntos de vistas extremos. Tiene derecho a hacerlo, sin acallar del todo a los otros. No puedes desfigurar la realidad; un medio de comunicación que desfigura la realidad ni siquiera va a cumplir con su objetivo primordial. Pero en ese entendido, tiene legitimidad que lo haga, porque la salud de la democracia es consustancial a la posibilidad de existir de los medios de comunicación. Es consustancial a nuestra práctica el defender el estado de derecho, defender la democracia, y me da la impresión que en ambientes de polarización extrema lo que corresponde es precisamente tratar de amortiguarla, tratar de reconducirla hacia el diálogo y hacia el centro, que no significa el centro político, sino el centro entre los extremos. Ahora, cómo hacerlo… bueno, habrá que ver cómo hacerlo porque en ambientes de polarización extrema también las posibilidades de que los medios se polaricen son altas, precisamente porque lo que necesitan es enganchar con su audiencia.

Una última cosa. ¿Volverías a estudiar periodismo?
¿Si volviera a tener 18? Sí, ¿por qué no? Volvería a estudiar periodismo, pero no estudiaría solo periodismo, eso sí. Lo que probablemente habría hecho, con lo que sé ahora, es haber estudiado economía, derecho o historia para después dedicarme al periodismo.

Pero a tu hijo tú no le dijiste que no estudiara periodismo, ¿o sí?
Estás loca, no se me habría ocurrido.