Carta publicada el miércoles 17 de noviembre de 2021 por El Mercurio.

Señor Director:

Uno de los aspectos más llamativos del debate presidencial del día lunes es la uniformidad con que la casi totalidad de los periodistas y candidatos asumen posturas marcadamente progresistas en esos temas mal llamados “valóricos”. Decir que uno pondría un dispensador de anticonceptivos para séptimo básico parece ahí una apuesta temerosa, pues el siguiente candidato podría proponer como límite adecuado sexto o quinto. Este espectáculo sugiere que siempre se yerra en la dirección conservadora, mientras que en la dirección progresista solo se puede estar en deuda.

Esta burbuja progresista puede explicar una parte importante de la desconexión entre política y sociedad. En primer lugar, porque revela un desconocimiento de las posiciones que reinan en la ciudadanía, donde el panorama es más ambiguo. El caso del debate sobre matrimonio entre personas del mismo sexo es ilustrativo. Una encuesta CEP del año 2017 daba un 39% a su favor, un 41% en contra, y un resto indiferente. El tono del debate, en cambio, sugiere que estamos ante un tema zanjado, en que las posiciones conservadoras son lisa y llanamente ilegítimas.

Tal vez no haya que extrañarse: en la élite, según un estudio del COES, sí se trata de una opinión sostenida por un 65%. No es extraño que quienes solo respiran ese aire crean que el elástico se puede estirar indefinidamente en dicha dirección. Pero con ese punto ciego no solo se dinamita la posibilidad de entendimiento y tolerancia entre estas posturas, que siguen y seguirán existiendo en la población. De paso, se ha instalado así la idea de que estos son los “temas de la sociedad”: mala suerte para la educación presencial, la desaparición del Estado de Derecho en La Araucanía, o la recesión que está en el horizonte.