Columna publicada el domingo 17 de octubre de 2021 por La Tercera.

La crisis de la derecha ha entrado en estos días en una nueva fase: primero con la revelación de los “Pandora Papers” y luego con la denuncia de financiamiento ilegal en la candidatura para diputado de Sebastián Sichel el 2009. Más allá de las polémicas en torno a cada caso, estos escándalos sólo profundizan la debacle en que se encuentra el sector desde octubre de 2019. Aunque el estallido emplazó a toda la clase política, ha sido la derecha la más paralizada, pues carecía de una interpretación que le permitiera reaccionar frente a ese escenario.

Al constatar esta realidad, han surgido voces intentando explicar la crisis del sector, y la hipótesis más altisonante afirma que se debería al “entreguismo” en que habría caído la mayoría de sus miembros. Este consistiría en una rendición a la lógica de “escuchar más a la gente” y en el abandono de la defensa de las bondades del propio proyecto político. La consecuencia de ello habría sido una adhesión acrítica a la idea (azuzada por la izquierda) de un descontento generalizado con el “modelo”, que tendría hoy a la derecha renunciando a sus principios y a la reivindicación de las bases que llevaron a Chile al mejor momento de su historia. Quienes acusan esta dinámica se presentan como figuras marginales a quienes nadie escuchó, y cuya exclusión explicaría el derrotero seguido por una derecha que ya no tiene nada que ofrecer.

Lo curioso, sin embargo, es que nada de ese entreguismo primaba las semanas previas al estallido y, de hecho, muchos de quienes hoy levantan esa tesis son aquellos que, para esa fecha, formaban parte de los grupos hegemónicos del gobierno. Basta recordar la afirmación de Chile como el “oasis de Latinoamérica” a días del incendio de las estaciones del metro, o que al asumir el gobierno de Piñera muchos se convencieron de estar jugando solos: el malestar era invento de la izquierda y el triunfo en la segunda vuelta justificaba el olvido de las promesas de campaña. La tarea consistía simplemente en reforzar los principios de un modelo a los que la sociedad supuestamente adhería y para ello bastaba un gabinete que se atreviera a defenderlo “sin complejos”. Para octubre de 2019, el gobierno creía que no había nada que escuchar ni pensar. ¿Cómo entonces el estallido se podría explicar por entreguismo, si eran los que negaban cualquier atisbo de malestar los que estaban en el poder?

Que en medio de una crisis de esta magnitud en la derecha se levante un diagnóstico así anticipa un mal escenario, tanto para el sector como para Chile. Que reconocer la realidad objetiva del malestar, de experiencias transversales de precariedad, de problemas de un sistema que no cumple sus promesas, se considere entreguismo perpetuará el mutismo en que la derecha está sumida hace dos años. Los promotores de los retiros previsionales han desprestigiado el llamado a escuchar a la gente, pero reducir su sentido a mera demagogia sólo agudiza el abismo entre la derecha y sus bases. Interpretar la propia sociedad y revisar el modo en que cada circunstancia interpela los principios que uno defiende no es hacerle el juego a la izquierda, sino asegurar que los proyectos políticos se sostienen en fundamentos duraderos. Sin el ejercicio de escuchar y pensar la política se vuelve estéril, una abstracción dogmática e indiferente a la sociedad a la cual se debe. Que Chile sólo tenga a su disposición la propuesta de la izquierda no será así responsabilidad de supuestos entreguistas, sino de quienes deliberadamente cerraron sus ojos ante la realidad y renunciaron a la tarea de servirla.