Columna publicada el domingo 31 de octubre de 2021 por La Tercera.

Nadie sabe explicar muy bien el posicionamiento de José Antonio Kast como uno de los favoritos para la primera vuelta presidencial. Algunos más “conspiranoicos” aluden a encuestas supuestamente controladas por grupos poderosos; otros, a la complicidad de los medios que permitirían la instalación de discursos de odio. Pero la tesis más difundida es que el auge de Kast se debería al debilitamiento de la centroderecha, ya sea como resultado del “entreguismo” del sector o por las evidentes dificultades que ha tenido Sebastián Sichel en el despliegue de su campaña.

Esta última tesis es fundada. La baja persistente en las encuestas del candidato que ganó la primaria de la centroderecha ilustra el difícil momento que ella está viviendo. El escenario se explica en parte por el oportunismo electoral de varios miembros de Chile Podemos Más que, ante la popularidad de Kast, olvidaron rápidamente sus compromisos. Pero las responsabilidades residen también en el propio candidato. La insistencia de Sichel en presentarse como alguien que viene de fuera, un independiente que, en lugar de rehabilitar la política quiere “devolverla a la gente”, lo deja en una posición incómoda. ¿Cómo generar lealtad si no se siente parte del bloque que lidera, ni considera valiosa la política? Esto se ha vuelto especialmente complejo en los últimos días, cuando Sichel decidió diferenciarse de su principal competidor acorralando a tradiciones que forman parte de la centroderecha y que, hasta ahora, lo habían apoyado. Si el candidato ha decidido atacar la ultraderecha de Kast identificándola con la posición conservadora, está destinado a atrincherarse, como los más duros, en un liberalismo igualmente aislado. Las diferencias iban por una agenda profunda de reformas y por reforzar las convicciones democráticas, algo que ha quedado en último plano.

Pero esta interpretación tiene un sesgo elitista, recurrente en nuestros análisis políticos: todo parece jugarse a nivel de los partidos y liderazgos políticos, nunca de la ciudadanía. Si la consideramos, las conclusiones se complejizan. Como ha dicho Juan Pablo Luna, las identidades políticas no se definen hoy por el binomio izquierda/derecha, sino por el de élites versus pueblo. No es extraño entonces que se instalen figuras que logran de modo más consistente interpelar a la llamada clase política tradicional (aunque provengan de ella). Esto esto significa también que existe un votante móvil que, libre de presentarse de izquierda o derecha, puede sin problema pasar de Boric a Kast. Algo que de solo plantearlo generaría escándalo en varios. Sin embargo, esa reacción olvida que son otros los criterios con los cuales las personas están decidiendo su voto. Agreguemos a esto el dato confirmado por diversos estudios que indica que las grandes mayorías quieren hoy, al mismo tiempo, cambios sustantivos, pero sin aumentar la incertidumbre. En ese sentido, tampoco debiera sorprender quiénes son hoy los favoritos: justamente aquellos que han sabido mostrar de mejor manera la promesa de transformaciones y certezas. Es fácil explicar el avance de Kast por una derecha que abandona a su candidato, o por la convocatoria de xenófobos y homofóbicos que, movidos por sus bajas pasiones, se inclinan por el candidato más extremo. Cuesta, en cambio, plantearse si ante la disyuntiva entre transformación y certeza, la gente finalmente termine optando por lo segundo. Cuesta, porque implica asumir responsabilidades en todos aquellos que encabezan los procesos políticos en curso. Quizás es hora de tomarse en serio realmente a la gente.