Columna publicada el domingo 8 de agosto de 2021 por La Tercera.

La Lista del Pueblo eligió, tras varios rodeos, a su candidato presidencial. Pero a diferencia de los representantes de la Convención, no se trata esta vez de un nombre nuevo: Cristián Cuevas es un conocido dirigente sindical, famoso también por sus variadas militancias políticas y posteriores renuncias. La última muestra de esto fue el abandono de Convergencia Social, partido que él mismo ayudó a formar y que dejó como protesta ante la firma de Gabriel Boric del acuerdo del 15 de noviembre. Las vueltas de la vida: la cocina en que el ganador de la primaria de Apruebo Dignidad habría participado el 2019 levanta ahora a Cuevas. Pero acá se trata de una etiqueta precisa, pues a diferencia del acuerdo, esta elección no se sometió a ninguna regla ni control más que los impuestos por la propia Lista del Pueblo. Y al parecer sus mismos integrantes se dieron cuenta de esa posible interpretación, pues rápidamente aclararon en redes sociales que no anunciarían la candidatura mientras no lo consultaran con “el pueblo”.

Por lo mismo, más allá del candidato elegido, lo relevante es analizar la plataforma electoral que está construyendo la Lista del Pueblo. Y, particularmente, los mecanismos y requisitos fijados para tomar sus decisiones. No es que revistan demasiada importancia en sí mismos, pero permiten evaluar su estrategia. Porque en la publicación de esta semana de sus bases para las candidaturas parlamentarias, lo que se ve es el esfuerzo de la agrupación por darse sus propias reglas y superar así la “vieja política”. La Lista del Pueblo ha señalado con claridad que no quiere constituirse como partido político, pues sería el tipo de estructuras que han hecho posible la “democracia elitista” que imperaría en Chile. Deseosos de proteger sus intereses, esos partidos estarían resistiendo la entrada de nuevas formas de organización política, y evitando con ello la expresión de la “fuerza social de la Revuelta” que encarnaría la Lista del Pueblo. No se puede entrar entonces en las mismas reglas, porque ellas serían parte de la corrupción y decadencia de nuestra política.

Lo curioso es que la enumeración de exigencias establecida por la Lista del Pueblo inevitablemente termina fijando los mismos términos de un partido político, con la diferencia de que esta agrupación no debe responder ante ninguna otra instancia superior si no se cumple con ellos. Sus integrantes podrían defenderse de esta crítica diciendo que han fijado sus propios mecanismos de control y castigo, como las comentadas grabaciones que los eventuales candidatos derrotados debieran dejar registradas, comprometiéndose a no volver a postular. El problema de esto es que, en una suerte de retroceso civilizacional, deciden cambiar procedimientos generales y compartidos, por recursos de escarnio y funa, que luego nadie podrá asegurar si se terminarán aplicando a causas justas o injustas. Se trata de un solo ejemplo, pero que ilustra las dificultades que enfrenta este grupo en su esfuerzo por mantenerse fuera de la elite política, aun cuando ya forma parte de ella. Y es que en ese intento termina por reproducir las prácticas más nefastas y cuestionadas por la ciudadanía.

La Lista del Pueblo debiera evitar que su obsesión por no confundirse con la desprestigiada “casta” de políticos no termine convirtiéndola en una nueva. Una que articule finalmente su propia cocina, al servicio de una joven oligarquía que se siente por encima de las reglas a las que todos los demás deben someterse. Tal vez convenga recordar que la sociedad chilena se enfureció no tanto por las reglas existentes, sino por la constatación de que sólo algunos se subordinan a ellas. Si en lugar de establecer sus propios mecanismos la Lista del Pueblo aceptara entrar en el juego colectivo de nuestra política democrática podría ayudar realmente a construir una nueva política. A rehabilitar los precarios pero insustituibles mecanismos de los que hoy disponemos. Y no en cambio enfocándose en armar su propio campo de acción, creyendo que están libres de caer en la arbitrariedad y el abuso.