Columna publicada el lunes 2 de agosto de 2021 por La Segunda.

Ya el domingo 4 de julio quedó claro que uno de los mayores desafíos del órgano constituyente era conseguir su propia gobernabilidad. Ese mismo día, sin embargo, también se puso de manifiesto cómo podría ser esto posible. Si la Convención deseaba funcionar en forma adecuada, la conducción sobria, eficaz y ecuánime de Carmen Gloria Valladares ilustraba cómo proceder. Y aunque este primer mes ha tenido varios episodios decepcionantes (ninguno peor que Jorge Baradit celebrando las agresiones a sus pares), la reciente elección de las vicepresidencias sugiere que el ejemplo de Valladares no fue completamente olvidado.

Por un lado, hay que reconocer que en esa ocasión la mesa directiva de Loncon y Bassa estuvo a la altura de las circunstancias. Fue ella la que abrió espacio al método de elección de vicepresidentes por patrocinios, dando así cabida a representantes de las diversas fuerzas políticas. Es cierto que no se trata de mero altruismo, sino de hacer responsables a todos los sectores del desempeño de la Convención. Pero también es verdad que en ese gesto elemental —incluirlos a todos— se superó, aunque sea momentáneamente, el espíritu de revancha que muchas veces han abrazado las distintas izquierdas, incluyendo a Loncon y Bassa.

Por otro lado, un amplio elenco de constituyentes acogió el llamado de la mesa y aprovechó esta oportunidad para hacer precisamente aquello que exige el éxito del proceso: dialogar entre diversos grupos. El ejemplo más destacado fue la elección de Lorena Céspedes: la convencional electa por Independientes no neutrales llegó a la vicepresidencia con apoyos de este pacto, de Renovación Nacional, de la Lista del apruebo e incluso de la Lista del pueblo. Por su transversalidad y sus ecuánimes declaraciones posteriores, se trata quizá del hecho político más significativo de este primer mes.

El episodio contrasta con la conducta del Partido Comunista, que hasta hoy le enrostra al Frente Amplio no haber apoyado a su candidata, y también contrasta con la actuación de la UDI que, más allá de los méritos de Rodrigo Álvarez, le impuso sin demasiada sutileza un nombre a su propia coalición. Todo esto confirma que las tensiones siguen presentes y que nada está garantizado. Pero precisamente por ese motivo es valiosa la actitud de aquellos convencionales capaces de sobrepasar las fronteras de sus respectivas facciones.

No es imposible pensar que en este tipo de apuestas se juega el futuro de este proceso. Si predomina esa disposición, esa lógica de diálogo razonado y transversal, es posible que al entrar al debate de contenidos tengamos una auténtica deliberación constitucional. Y de eso depende no sólo la gobernabilidad, sino también el destino de la Convención.