Columna publicada el jueves 5 de agosto de 2021 por CNN Chile.

Después de la elección de convencionales, la apelación a los territorios se ha vuelto moneda común en los discursos políticos. A pesar de que este no es un fenómeno nuevo –hace unos años Sebastián Piñera se autodenominó el presidente de las regiones–, hoy más que nunca vemos a candidatos de todo el espectro dando fe de su origen regional. De ser electos, aseguran, mantendrán un férreo compromiso con las zonas de sacrificio y los lugares más postergados del país.

Que ciertos problemas específicos de las regiones y comunas estén ganando espacio entre los discursos del nivel central es una excelente noticia. Pero que esto se traduzca en cambios concretos requiere mucho más que retórica y apelaciones emotivas a las dificultades de los territorios. En efecto, la distancia entre los discursos y los hechos siempre ha sido enorme en esta materia. Así lo reflejan, por ejemplo, las deficiencias y retrasos del proceso de regionalización que consagró la elección de gobernadores y el traspaso de competencias hacia las regiones. Muchos de quienes decían apoyar el proceso, en la práctica bloqueaban y dilataban sus avances.

Ahora bien, que a las dificultades territoriales le sigan soluciones eficaces depende de muchos más factores que la mera visibilidad de estos problemas en el espacio público. Aunque la irrupción de independientes que representan causas de este tipo en la Convención sea una señal positiva, no puede entenderse como un puerto de llegada, pues todavía queda mucho trabajo por hacer. Dicho de otro modo, nada asegura que la irrupción de los problemas territoriales en la discusión política se traduzca necesariamente en mecanismos que permitan una mejor distribución del poder entre las élites centrales y las regiones. Y ese es el verdadero desafío.

Es fundamental, entonces, mirar con cautela el momento actual y no dejarnos arrastrar por los cantos de sirena de quienes suponen que basta con ponerle el adjetivo “territorial” o “descentralizador” a las políticas públicas para darles ese cariz. El abuso de este tipo de eslóganes sugiere que un problema fundamental del país corre el riesgo de convertirse en un lugar común, que se aplica a todo o, de forma irreflexiva, tal como ocurrió en su momento con la “clase media” o como sucede hoy con la “perspectiva de género”.

Esto se cruza, además, con la importancia de comprender que visibilizar los problemas no es lo mismo que diagnosticar acertadamente las causas que los provocan. Podemos estar de acuerdo en que las regiones y comunas sufren serias dificultades, pero creer que por el solo hecho de que esas carencias lleguen a los espacios del poder central ya sabemos exactamente cuáles son –e, incluso, cómo solucionarlas– es un error que se ha vuelto cada vez más frecuente.

Si bien llevar los problemas de las regiones y comunas a la Convención es muy relevante, ellos no se agotan en lo que pueda ocurrir en esa instancia. Por lo mismo, es fundamental que los convencionales que defienden causas de este tipo no olviden que, al igual que como lo demostraron en muchas de sus campañas, la territorialidad se construye de abajo hacia arriba y no al revés. La participación en la Convención, entonces, no puede comprenderse solo como una oportunidad para reemplazar a los de arriba, sino que debe ser vista principalmente como el espacio para generar algunos de los cambios que permitan construir un entramado institucional más sólido a nivel territorial.

A pesar de que el ánimo de disputa permanente con el poder central permite cierta visibilidad –sobre todo con un gobierno y un Congreso tan debilitados como los actuales–, esta dinámica de confrontación puede conducir a olvidar que la solución de los problemas locales también es un partido que se juega al interior de los mismos territorios. En efecto, las dificultades medioambientales, urbanas o de cualquier otro tipo que se generan en las distintas localidades no requieren solo de una intervención profunda del Estado, sino que también de construir paulatinamente espacios locales de confianza, diálogo y apertura, que permitan generar diagnósticos compartidos entre las élites de los territorios, y entre ellas y el resto de la ciudadanía. Ese es un trabajo específico, de cada territorio, que no alcanza a ser dirigido por el poder central, y que las mismas comunidades locales deben comenzar a emprender cuanto antes.

Sin embargo, para que esas instancias sean posibles es importante que la aproximación de los distintos actores locales y nacionales a los problemas territoriales considere las múltiples dimensiones que los componen. En concreto, esto significa comprender que las dificultades de los territorios no son asuntos zanjados de antemano, ni tampoco son conflictos que tienen una sola cara y una sola causa.

Es precisamente en este ámbito donde muchas agendas territoriales, enfocadas por lo general en la denuncia y en la visibilización, se quedan cortas. No todos los problemas se explican por el abuso de las inmobiliarias, los alcaldes corruptos o la transgresión de las normas medioambientales. También hay otros asuntos, tanto generales como particulares, que es necesario abordar no solo a nivel central, sino que también en cada uno de los territorios. Sin embargo, por momentos da la impresión de que las dificultades se reducen a eso y que los territorios solo se reivindican para mostrar postergación, precariedad, desidia y desigualdad; nunca sus riquezas y aquello que es necesario proteger o que puede ser ejemplo para el centro.

Este discurso focalizado en todo aquello que falta, en todas las injusticias percibidas, que divide a los habitantes de los territorios en buenos y malos o en culpables e inocentes, deja poco espacio para debatir posibles causas, diagnósticos certeros y soluciones diversas. Además, puede terminar volviendo imposible el necesario diálogo entre los distintos actores que participan de la vida territorial.

En suma, resolver la infinidad de problemas de las regiones y comunas de nuestro país requiere de una aproximación más compleja al asunto territorial que la dominante hasta ahora. El centralismo es un asunto demasiado serio como para reducirlo a algunos eslóganes, gritos y vociferaciones.