Columna publicada el martes 8 de junio de 2021 por La Tercera.

•En política se paga muy cara la mala ejecución de una buena idea, así como la aplicación tramposa de un concepto virtuoso. Después es casi imposible convencer a las personas de que el problema con la idea fue accidental y no de principio. Muchas de los conceptos que designan las mejores propuestas para salir adelante de la situación en la que estamos ya fueron quemadas a nivel de eslóganes y políticas publicas mal hechas. El político promedio no ve el daño que le hace a su propia causa al explotar nociones dignas para realizaciones mediocres.

•Cada bando construye a su oponente y, al hacerlo, se configura a sí mismo. Somos el equivalente funcional opuesto de nuestro adversario. Al insistir en definir al otro por su peor parte, acallamos a los sectores reflexivos del bando opuesto y nos debemos hacer capaces de combatir en el lodo. Esta escalada hacia los extremos de lo peor termina en elecciones como la peruana recién resuelta. El desprecio por la moderación y la prudencia, el decisionismo de los idiotas -en sentido griego y no tanto-, suele llevar a callejones sin salida.

•Los extremos se alimentan, no se contrapesan. El mejor aliado que tiene hoy Jadue es la campaña de la “derecha sin complejos” para aplastar la incipiente conciencia sociológica de la derecha y volver a los dogmas heredados de la dictadura. A la vez, el mejor aliado que tiene “la derecha sin complejos” para un proyecto de restauración capitalista es un potencial gobierno de Jadue que destruya la economía nacional.

•La “derecha sin complejos” tampoco tiene mucha vergüenza ni capacidad reflexiva. Se basa en un juicio despectivo de algunos sectores de la élite respecto a la mayoría popular: supone que la gente repite lo que escucha sin pensar mucho en su contenido. Y concluye que la derecha falló por no repetir el credo Chicago-gremialista con suficiente convicción. Que hay que “enseñarle” a la clase media que está “hoy bien, mañana mejor”, haciendo oídos sordos a sus problemas concretos. Es la expresión política del viejo dicho popular: “el que sabe, sabe, y el que no, es jefe”.

•Uno de los grandes economistas del siglo XX fue el socialista ruso Alexander Chayanov. Sus estudios de los años 20 sobre la unidad doméstica campesina advirtieron tempranamente sobre las negativas consecuencias de la colectivización de la propiedad rural que pretendía impulsar el Partido Comunista. La respuesta ante la crítica científica de Chayanov fue la persecución: juicios falsos en 1930 y 1932, y ejecución sumaria en 1937. Su muerte se sumó a la de millones de campesinos producto de la imposición de la política irracional que advirtió que fracasaría. La gran lección del caso Chayanov es que la ideología y la convicción pueden acallar la voz de la razón práctica, pero no triunfar sobre ella definitivamente. Esta advertencia es la que debe tomarse hoy en serio nuestra derecha política: no es principalmente por falta de convicciones y densidad ideológica que hoy está en crisis, sino por dejar de lado la situación de la unidad doméstica de las familias de clase media. Irónicamente, es la parte del sector político que más reivindica la superioridad de la ciencia económica, la que actúa más cegada por la ideología frente a la situación presente.

•La crisis social es fundamentalmente una crisis de las unidades domésticas de la clase media -una crisis de las familias realmente existentes-, reventadas por la tensión entre crianza y trabajo, la deuda y el proceso demográfico que le cargó padres mal jubilados a hijos en el límite de su capacidad de gasto y endeudamiento. Pasó bajo los radares de las élites porque la familia no es considerada como unidad de análisis: es distinto medir el desarrollo en base a indicadores individuales que considerando la sustentabilidad de las unidades domésticas. La discusión sobre la familia está moralizada al extremo por los sectores progresistas. Cada vez que se plantea el tema se elude o se trata como un asunto exclusivo de campañas multicolores.

•Es muy diferente querer justicia a desear una injusticia parcial a uno mismo. Quien se siente víctima y quiere lo segundo, lo que desea es venganza. Hoy cuesta dilucidar si la mayoría popular quiere venganza o justicia. El problema de la venganza es que el odio consiente en la propia destrucción con tal de dañar al enemigo.

•La “nueva política” se convierte en la “vieja política” cuando se comienza a elegir a personajes mediocres y mal preparados sólo porque son jóvenes o “rostros frescos”. Alguien sin capacidad buscará mantenerse en su puesto siempre a través de favores y corruptelas varias, ya que no puede hacerlo por mérito. Quienes voten por Karina Oliva -que ha mostrado con total honestidad que no tiene idea de qué se trata el cargo al que postula- como forma de castigo a “los mismos de siempre” cavan, así, su propia tumba. ¿Qué más “vieja política” que estar dispuesta a callar frente a los narcos en San Ramón y abrazar el nietismo venenoso con tal de raspar unos cuántos votos?

•Chile nunca fue un país católico. Como Portales, nunca creímos en Dios, sino en los curas. Hasta que los curas cayeron en desgracia. Nos quedó un respeto reverencial por los libros -por extensión a EL libro- y la costumbre de no leerlos.

•Los matinales son el opio de las masas: la homilía de un mundo sin eucaristía, la prédica de un rebaño sin pastores. Son la imitación capitalista de la comunidad de salvación disuelta.

•Los experimentos populistas han producido en Latinoamérica fuga de capitales y de cerebros. La primera comenzó en Chile el 2019. ¿Sufriremos también la segunda? Hoy casi ninguno de los argentinos que destaque en algo positivo vive en Argentina. Esto produce gozo en los mediocres que se alimentan del resentimiento, pero también un gran daño. ¿Cómo mejorar un país que expulsa a los que destacan? ¿No es lo lógico tratar de pactar un orden que los ponga voluntariamente al servicio del bien común?

•Las clases acomodadas suelen tildar de “resentido” todo postulado  que amenaza sus privilegios. El concepto, por eso, tiene mala prensa. Pero el resentimiento -junto con las otras llamadas “pasiones tristes”- existe, y no va sólo de abajo hacia arriba, sino también de arriba hacia abajo. Es un mal que requiere identificación precisa y cura, y que siempre ha embrujado las relaciones sociales en Chile.

•Finales solitarios en La Moneda: la historia se repite, primero como Salvador Allende, después como Sebastián Piñera.