Carta publicada el domingo 6 de junio de 2021 por El Mercurio.

Señor Director:

Agradezco la respuesta del rector Álvaro Ramis a mi carta publicada el día jueves. El profesor Ramis afirma que no hay un vínculo directo entre el matrimonio entre personas del mismo sexo y el proceso de tecnificación en la reproducción de la vida. Confieso que quisiera estar de acuerdo con él, pero los argumentos tienen una dinámica que no siempre controlamos del todo.

Una vez aceptadas ciertas premisas, es difícil negar luego sus consecuencias. Así, si aprobamos el matrimonio homosexual, se instalará una lógica virtualmente irresistible: ¿por qué no permitir también que esas parejas tengan sus propios hijos? ¿No habría allí un (nuevo) atentado contra la igualdad? ¿Y cómo repararlo sin recurrir a la técnica, cuya función ya no será imitar a la naturaleza sino sustituirla? ¿Qué tipo de mercados abrimos con esas posibilidades? Como ha dicho Gabriel Hernández —en un buen libro que sostiene tesis contrarias a la mía—, las parejas del mismo sexo no se encuentran ante una “imposibilidad per se de tener hijos”, pues pueden acceder “a la relación paterno-materno-filial por medio (…) de la aplicación de alguna técnica de reproducción humana asistida” (“Uniones afectivo sexuales y matrimonio entre personas del mismo sexo”, Arcis, 2009, pp. 85 y 149). Muchos de estos procesos ya existen, pero es difícil negar que recibirán acá un nuevo impulso particularmente intenso.

Si esto es plausible, la discusión sobre el matrimonio homosexual tiene implicancias que lo exceden largamente. En ese sentido, puede pensarse que esta iniciativa se inscribe en una vasta empresa —no siempre consciente— de dominación sobre la naturaleza, al interior de cuya lógica la acción humana no admite límites y el mundo es algo plenamente disponible para la manipulación técnica. Mi argumento original solo buscaba mostrar esa dimensión del problema (que, por cierto, no es la única). Es perfectamente legítimo ser favorable a ese movimiento, pero creo que deberíamos tener a la vista su horizonte último. Si aprobamos esta transformación del matrimonio, seguiremos recorriendo un camino que es más ambiguo de lo que parece. De allí la insoportable frivolidad de Sebastián Piñera (en la que coincidimos con el profesor Ramis) que no ha ofrecido nada parecido a una reflexión a la altura de esas preguntas, y que puede envolvernos a todos si no somos capaces de formular bien el problema.