Columna publicada el lunes 14 de junio de 2021 por La Segunda.

Así tituló Josefina Araos su columna posterior a los comicios del 15 y 16 de mayo. Su pregunta central era cuánto había influido en la alta abstención electoral la falta de un proyecto capaz de encarnar una “reivindicación crítica” de los últimos 30 años. Es decir, ni apóstoles del modelo ni profetas de su reemplazo irreflexivo, sino una apuesta seria, creíble y dialogante de cambio profundo, pero estabilizador e institucional; no revolucionario. Me parece que los resultados de ayer confirman la pertinencia de este análisis.

Por de pronto, la participación sigue bajando. Sí, se trataba de una elección inédita, en plena pandemia y con muchos obstáculos; pero lo cierto es que una concurrencia del 20% del padrón sugiere un problema mayor. Por lo mismo, las apelaciones frenteamplistas al “pueblo”, al “miedo”, al “rechazo” y a cuanta consigna encontraron, darían risa si no dieran pena. Si hay un hecho indiscutible, ese es que la mayoría del pueblo realmente existente —8 de cada 10 ciudadanos habilitados— no fue a sufragar.

De todos modos, resulta sugerente el triunfo de Claudio Orrego en la gobernación más emblemática. Es sabido que la ciudadanía demanda nuevas prácticas y nuevos liderazgos, pero la victoria de Orrego indica que los votantes no están dispuestos a cualquier cosa. Puestos a optar entre una candidata que casi se jactó de su incompetencia para el cargo y un dirigente tradicional apto para el mismo, triunfó el segundo. De nada sirvieron los odios de clase ni los intentos de vincular a Orrego —un conocido opositor a Pinochet— con la dictadura. La narrativa del cambio está instalada, pero tiene sus límites (y ojo: Orrego ganó en una veintena de comunas urbanas y rurales, no sólo en el sector oriente).

Todo esto debiera mover a los partidos tradicionales a la reflexión. Por un lado, la centroizquierda crece cuando se distingue del Frente Amplio y el PC. Así ocurrió con Yasna Provoste luego de asumir la presidencia del Senado y así pasó ahora no sólo con Orrego, pues el pacto “Unidad Constituyente” obtuvo 10 gobernadores. Quizá aún están a tiempo de cuestionarse la ruta que han privilegiado durante la última década: renegar de su obra, coquetear con pasiones antidemocráticas y mimetizarse con la otra izquierda.

Por otro lado, es posible que la centroderecha pague por varios años la farra piñerista. Se desperdició una votación histórica, se olvidó la “clase media protegida”, se incendió la pradera con la retórica “sin complejos”, etc. La presidencial sigue abierta, pero si en vez de articular y enfatizar su propio proyecto de cambio social, este sector sigue atrapado entre el pánico ciego y los likes de las elites progresistas, continuará alejándose de las grandes mayorías. Lindo legado.