Carta al director publicada el viernes 11 de junio de 2021 por El Mercurio.

Señor Director:

El debate sobre los límites de la autoridad de la Convención Constituyente no solo desconoce las reglas ya establecidas, sino que pone crudamente sobre la mesa las filosofías políticas que inspiran —consciente o inconscientemente— a distintos actores del debate público. Esto, en la medida en que desnuda su visión respecto del concepto de soberanía.

La idea de una soberanía humana y total —que algunos pretenden atribuir a la Convención— es heredera de la tradición absolutista, que niega y combate la brecha entre autoridad espiritual y política, abierta por la tradición judeocristiana. El soberanismo es una filosofía totalitaria, en el sentido de que no reconoce un “afuera” al poder temporal ni la separación de esferas que dan origen y sustento a la división de poderes (vale la pena leer, sobre esto, “Teología política imperial y comunidad de salvación cristiana” de José Luis Villacañas).

Todas las corrientes políticas que crean en el pluralismo y la división de poderes deberían rechazar esta arremetida soberanista. Grandes conservadores, liberales, socialistas y anarquistas han dedicado sus mejores páginas y acciones a la lucha contra lo que el anarquista alemán Rudolph Rocker llamó “el arsenal absolutista”. Y es clave que de una vez quienes reivindican el regionalismo, dicen ambicionar un poder “distribuido en los territorios” y hacen gárgaras con las organizaciones sociales —muchos de los cuales proclaman hoy la soberanía absoluta de la constituyente— decidan de qué lado están: con el poder total o con los poderes repartidos. Con el poder como dominación constructivista o con el poder como servicio a la sociedad. En esto no caben medias tintas: es hora de hacernos responsables intelectual y políticamente de aquello que defendemos.