Columna publicada el lunes 17 de mayo de 2021 por La Segunda.

Que jamás se debió entregar la Constitución. Que urge recuperar el voto duro. Que las perspectivas de un triunfo presidencial se desvanecieron. Este tipo de comentarios abunda en diversos ambientes de derecha. Desde luego, los cómputos fueron muy decepcionantes, pero, precisamente por ello, conviene ponerlos en perspectiva. Hay que intentar comprender qué ocurrió.

En ese sentido, resulta temerario afirmar que el proceso constituyente fue un error. La crisis de octubre llegó a ser de tal magnitud y el país tambaleó a tal nivel que las alternativas para canalizar el estallido eran muy pocas. Básicamente, o adelantar las elecciones, promoviendo una renuncia del Presidente de la República, los diputados y los senadores, o aceptar la discusión de las reglas básicas de la convivencia. La primera opción no sólo era inviable políticamente, sino que además amenazaba con introducir al país en una espiral de inestabilidad que ya hemos visto en otras naciones latinoamericanas. Por supuesto, hay una severa autocrítica que formular respecto a los momentos previos al estallido (¿cómo se desperdicia de esa manera una votación presidencial histórica?); pero en la oscuridad de la noche la salida constitucional ofreció un camino, por precario e incierto que sea.

Luego, atrincherarse en la búsqueda del “tercio perdido” tampoco parece razonable. Es verdad que pocos gobiernos han maltratado tanto a sus electores como el actual, y también que hay mucho desencanto en los votantes movilizados del sector. Sin embargo, existen demasiados indicios de que las grandes mayorías anhelan cambios profundos en materia política y social. De hecho, los resultados de ayer, tal como el plebiscito de octubre, parecieran responder precisamente a eso: a un anhelo de renovación y grandes reformas, expresado no necesariamente en una determinada doctrina o ideología, sino más bien en el rechazo a la clase política tradicional (por eso la proliferación de independientes y la magra votación de la centroizquierda en convencionales).

Si lo anterior es plausible —y aunque parezca paradójico —, no es seguro que la derecha vea deteriorada su opción presidencial. Quizá no es casual que justo en esa cancha el oficialismo se encuentre en una posición expectante. A diferencia de otras coyunturas de los últimos años, en el propósito de volver a La Moneda emerge un mensaje propositivo y reformista, no puramente reactivo. En esta sociedad fragmentada y difícil de leer, en que los ciudadanos parecen anhelar transformaciones profundas, pero también seguridad en sus vidas, los presidenciables de Chile Vamos han esbozado una estrategia y unos énfasis distintos, menos ortodoxos y acorde al ambiente actual. Ahí puede comenzar la indispensable reconstrucción.